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Tiene tu alma la fuerza de esos árboles que, al caer, estremecen las montañas... Compra tu libertad y tus derechos con los propios esfuerzos de tu alma, que la presente edad sólo nos lega una herencia de penas y desgracias... ¡Triunfarás, juventud! con tu heroísmo que no teme el peligro ni las balas... eres como el limbás de nuestros montes que al estallar el rayo, ¡vuela y canta!

Cuando lo sublime corre sin freno, suele tropezar en lo ridículo y caer en la caricatura. ¿Qué no puede, sin embargo, el brioso ingenio nativo, aunque se lance y se despeñe por los más extraviados vericuetos? Barroca, caricaturesca es la oda titulada El monstruo.

No lo ... no lo ... antes de anoche... antes de anoche no encontraba yo á su majestad en su cámara... la buscaba... de repente me dejan caer el candelero de la mano, y una voz ronca, una voz que no pude reconocer, y que me dijo, no he olvidado una de sus palabras, no he podido olvidarlas: si queréis que nadie sepa vuestros secretos, noble duquesa, guardad vos un profundo secreto acerca de lo que habéis visto y oído esta noche.

El gran Robinsón extendió ambos brazos al verla, exclamando: «¡Hija mía!», y la dama se dejó caer en ellos con filial abandono, sollozando fuertemente y mostrando a sus hijos, que se agarraban asustados a la falda de Miss Buteffull, siempre tiesa e impasible.

Si advirtiésemos que caben reglas para producir en la retina la misma impresion con un objeto plano que con otro abultado, nos hubiéramos complacido en la habilidad del artista sin caer en error. Este habria desaparecido mirando el objeto desde puntos diferentes, ó valiéndonos del tacto. Los sanos de cuerpo y enfermos de espíritu.

En ellas habían colocado los antiguos á Eolo, señor de los vientos; en ellas está el Stromboli vomitando enormes bolas de lava, que estallan con un estrépito de trueno. Las escorias volcánicas vuelven á caer en las chimeneas del cráter ó ruedan por la pendiente de la montaña, sumiéndose en las olas.

Es que no sólo Obdulia es la que tolera... lo que yo no quiero tolerar. Las mismas Emma, Pilar y Lola consienten confianzas.... ¡No me toques a las hijas del marqués! gritó la tía, poniéndose en pie y dejando caer el Werther sobre la raída alfombra.

Los espadas igualmente pinchaban donde podían, sin aproximarse jamás, ni por casualidad, al sitio verdadero. En vano saltó el Cigarrero más de veinte veces al redondel a poner orden; en vano les arreglaba los novillos y se los cuadraba, de suerte que no había más que dejarse caer; de todos modos la confusión, el ruido y las atrocidades de todo género no cesaron en toda la tarde.

Otro que no fuese Salabert hubiese dado un brinco al oir semejante atrocidad. El no hizo más que abrir los ojos repentinamente, para dejar caer los párpados otra vez quedando en la misma actitud soñolienta. No me parece mal. ¿De modo que puedo ir? ¡Ya lo creo que puedes ir! Lo que no podrás será entrar. ¿Pues? exclamó ya encrespada la bella. Porque no te recibirían. Amparo se levantó furiosa.

Mirando hacia arriba, le parecía que se inclinaban, amenazando caer, las dos masas de habitaciones que á un lado y otro de la calle se levantan.