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Yo no lo tengo tampoco se apresuró a decir el concejal, sofocado y molesto por la actitud hostil en que las dos amiguitas se habían colocado. Paz se contentó con sonreír desdeñosamente.

Preveía su sufrimiento si descubría, demasiado tarde, que no se entenderían nunca sobre ciertas cuestiones, y que las cosas que ella consideraba más importantes, que tocaban a su corazón, lo dejaban indiferente, si no hostil.

En aquellos tiempos la distancia que había de la puerta de la cárcel á la plaza del mercado no era grande; sin embargo, midiéndola por lo que experimentaba Ester, debió de parecerle muy larga, porque á pesar de la altivez de su porte, cada paso que daba en medio de aquella muchedumbre hostil era para ella un dolor indecible.

Algunos hasta afirmaban haberle oído horribles blasfemias contra la nación y contra el sexo que la gobernaba, como si fuesen capaces de entender su idioma. Cada vez que en el curso del día apareció el coloso junto á la entrada de su vivienda, no fué saludado por la muchedumbre con alegres aclamaciones y echando sus gorras en alto, como otras veces. Un silencio hostil acogía su presencia.

Por otra parte, á pesar de lo poco heroica que es su naturaleza, parecía más decoroso verse también arrastrado en la caída del partido á que estaba afiliado, que no permanecer de pie cuando tantos hombres, mucho más meritorios, iban cayendo día tras día; y, por último, era eso preferible á quedarse cuatro años más en su puesto, á la merced de una Administración hostil, para verse á la postre obligado á definir su posición de nuevo, y mendigar tal vez la buena voluntad de los vencedores.

¡Oh, Alicia!... El príncipe lanzó esta exclamación con tono desesperado. Su presentimiento pasaba á ser una realidad; veía ya á aquel jovenzuelo moribundo poseyendo lo que él no había podido alcanzar. Sus ojos reflejaron una cólera homicida. Esta expresión hostil molestó á Alicia, transformándola en otra mujer.

El rompimiento de su padre con ella era, sin duda, la causa de que «la Papisa Juana» se mantuviese alejada de esta rama de su familia, tratando a Jaime con hostil despego. Su padre había sido oficial de la Armada, siguiendo una tradición de la familia.

El príncipe protestaba de estas carreras, buenas para los prados natales, y sus recriminaciones establecían entre los dos un alejamiento hostil. «A ella no le chillaba ni su madre. Ya era mayor de edad para saber lo que debe hacerse...» Y tenía quince años.

Sus lágrimas, surgiendo de pronto en este ambiente hostil, podían ser una señal de combate; iban a producir la explosión de todas las cóleras contenidas que adivinaba en torno de ella. No... ¡no! Y el esfuerzo de su voluntad sólo servía para hacer mayor su angustia, obligándola a humillar el rostro como las bestias dulces y tímidas, que creen salvarse del peligro ocultando su cabeza.

El profesor, interpretando erróneamente la aprobación muda de aquel joven que hasta entonces le había escuchado con sonrisa hostil, añadió: Hora es ya de hacer en Francia el ensayo de la cultura alemana, implantándola como vencedores.