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Madrid, with all its unsightliness, was one of the most brilliant courts of Europe and attracted to itself the most gifted subjects of the realm.

Llamábase el inquisidor Diego Rodriguez Lucero: era tal el rigor con que trataba á los reos, que el pueblo se amotinó al fin contra él, y le obligó á escaparse en una mula. El cardenal Jimenez no pudo menos de mandarle prender y castigarle para dar á la institucion algun viso de legalidad y de justicia. Supone la tradicion que el conde estaba en Madrid cuando recibió la noticia de su deshonra.

Esta situación, de por fuerza se la tienen que llevar los demonios. Hasta que llegue la nuestra.... No, pues cuando este lo huele.... Por Madrid andará buena la cosa. Así los parta a todos un rayo, comilones, tiránigos, chupadores. A ver si calláis. «La situación está próxima a entrar en el camino que desde el primer día de la revolución debió emprender. ¿Quién será? ¿Lo dirá por el alcalde?

Tantas disposiciones mostraba, tanto le instaron los amigos y su misma esposa, que tenía sobrados motivos para odiar los negocios, que al fin consintió el viejo Reynoso en enviar a su hijo a Madrid para estudiar en el Conservatorio. Residía en casa de unos amigos y venía al Sotillo los sábados por la tarde para marchar el lunes por la mañana.

»Sobre el perdón, podrás contar con mi gratitud, si, a más de devolverme cuanto antes el bien que me quitas, me le mimas y regalas como él se merece, todo el tiempo que ahí permanezca. »Mira que Braulio está muy delicado de salud. No le fatigues llevándole a cazar. Procura que se cuide, porque es muy descuidado. »Nosotras, Inesita y yo, estamos en Madrid divertidísimas.

Presentábanse los primeros madrugadores temblando de frío, y luego de apurar la copa de alcohol o el café de «a perra chica», continuaban su marcha hacia Madrid a la luz macilenta de los reverberos de gas. Acababa de abrirse el fielato y los carreteros se agolpaban en torno de la báscula. Los cántaros de estaño brillaban en largas filas bajo el sombraje de la entrada.

Desempeñó en Méjico el cargo de Intendente general durante muchos años, y de allá vino nadando en oro; casó en Madrid con una señora de la cepa ilustre de Pacheco, y labró esta casa sobre la más modesta, aunque no menos hidalga, en que él había nacido... Pero de este preclaro ascendiente nuestro ya me has oído hablar muchas veces, lo mismo que de este otro que le sigue, con hábitos de sacerdote y la medalla de la Inquisición colgada del cuello.

Es de presumir, que las obras de Malara y de su escuela no formaron parte de ellos, y que las de La Cueva, Artieda y Virués, no se representaron sino después de muchos años de haber figurado en los de Sevilla y Valencia, no haciéndose mención alguna, antes del año de 1580, de poetas naturales de Madrid ó de su territorio, que surtiesen los teatros de la capital con piezas suyas.

Pero además aquella resistencia de Ana, que había creído vencer si no en pocas semanas en pocos meses, era un nuevo motivo para retrasar el cambio de vecindad. ¿Cómo ir a Madrid sin vencer a aquella mujer? Y aquella mujer parecía ya invencible. Desde la noche de Todos los Santos, Mesía, vergüenza le daba confesárselo a mismo, no había adelantado un paso.

Y aun he visto algo más curioso, Antoniño, he visto hombres que viven sin dinero y que viven muy bien... En Madrid hay la mar. En Madrid es diferente observó Antoniño . Aquello es una gran ciudad. Yo no digo que allí me fuese de todo punto indispensable la absolución; pero, ¡aquí!... ¿Cómo quiere usted que viva aquí sin absolución un pobre tonelero?