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Verdad; vuestra esposa Luisa de Robles es querida del sargento mayor don Juan de Guzmán, y aun sospecho que lo que lleva en la Luisa, sea cosa de ese mayor sargento, como no me cabe duda de que Inesita, á la que llamáis vuestra hija, es cosa, cosa indudable, de un paje talludo. Os aconsejo que dotéis bien á la Inesita, porque es hija de buen padre. Pues mirad, ya lo había yo sospechado.

Ahora bien; el Conde ni estaba enamorado, ni pensaba en casarse con nadie, ni mucho menos con Inesita: sólo aspiraba a pasar el rato; pero el Conde tenía también su moral, y no había rato, por bueno que fuese, que mereciera que él se rebajase hasta mentir y engañar a una pobre chica, haciéndola creer que podría casarse con ella.

Si ha existido espíritu en los Nuezvanas, la historia lo dice. ... pero Inesita no se va a casar con la historia, con un Nuezvana pasado, sino con uno viviente, que acaso no llegue a entrar en la inmortalidad, como sus antepasados.

Ahora bien; ¿qué imposibilidad habría en que el Conde se enamorase resueltamente de Inesita y se casase con ella? Más desiguales casamientos se han visto y se ven todos los días. Con un poco de fortuna y con la rara discreción de que doña Beatriz se juzgaba dotada, bien podría casar a Inesita con el Conde. Inesita era, como ya se ha dicho, una criatura adorable.

¡Qué feliz sería yo dijo si no me cercasen y me rodeasen y me amargasen la vida, tantos negocios y tantos enredos! ¡y si no, cuán felices y cuán contentas están mi mujer y mi hija!... es necesario dar un corte á esto; soy rico, á Dios gracias, y debo retirarme y descansar. Abre, Inesita, hija mía dijo llegando á una puerta.

Si el galán pasa de galán indiferente a galán amado, ya el amor inspirará a la doncella el conveniente modo de mirar a quien le enamora, sin que se canse en aprenderlo por arte. Oye, Inesita dijo doña Beatriz ; no te hablo de broma, sino con gran seriedad en el fondo. tendrías razón en lo que dices si no hubiese período de transición entre el estar enamorada y no estarlo. misma lo has dicho.

Si el galán pasa de indiferente a amado. Pues bien; para este paso son las reglas y el arte. A quien te ame y sea correspondido de veras, mírale como quieras. El amor mismo te enseñará el modo de mirarle; pero, hija mía, no se trata de eso; se trata de aquel a quien no amas aún y que aún no te ama. A ése le miraré como a prójimo. Ahí está tu error, Inesita.

Merced a su reflexiva prudencia estuvo, pues, inmejorable. Inesita, por su estilo, estuvo asimismo muy bien. Su serenidad olímpica, su calma divina, no la abandonó ni un instante.

Luego, claro, su cariño de abuela; verle así, tan desesperado al pobre chico. En fin, para la vieja es un golpe tremendo. ¿Y qué hacerle? ¡Ah, claro!; no hay qué hacerle. Si Inesita no quiere... no hay qué hacer. ¿Y por qué no te llevas a los muchachos, a Raúl e Inesita, a Mar del Plata? Invitas también a Clotilde, a la mamá de Inesita, y nos juntamos allí todos.

Y además, desde su viaje a Roma, donde había estado tres semanas, había adquirido profundas nociones en el dibujo, pintura y artes plásticas, y se había hecho una arqueóloga más que razonable. Tal, en resumen, era la amiga que, sin esperarlo, se encontraron en los Jardines Inesita y Beatriz.