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-No dices mal, Sancho -respondió don Quijote-; mas, antes que se llegue a ese término, es menester andar por el mundo, como en aprobación, buscando las aventuras, para que, acabando algunas, se cobre nombre y fama tal que, cuando se fuere a la corte de algún gran monarca, ya sea el caballero conocido por sus obras; y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces, diciendo:

No tenemos derecho para salvar a esa pobre a costa de su libertad. Dices bien afirmó la vieja tras corta reflexión . A , esto de los monjíos nunca me ha gustado gran cosa. ¿Dónde mejor que al lado de la familia, para convertirse con el buen ejemplo? La traeremos a casa, si está arrepentida y desea tranquilidad. A la primera que en las Claverías hable algo de ella, le arranco el moño.

¿Qué se había de ir a aquellas tierras, donde no se ve el sol sino por entre cortinas y donde se duerme la gente en pie? dijo el torero. Pepe, no eres capaz de hacer lo que dices. ¡Sería una infamia! Sabes que lo que le gusta en es la voz, no mi persona. En cuanto a , bien sabes... ¡Lo que yo dijo Pepe Vera es que me tienes miedo!, ¡y haces bien, por vida mía!

Pasaremos por donde está el molino de quien dices que habla, mascullando las palabras como un borracho. ¡Ay, qué hermoso día y qué contenta estoy! ¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que , no lo entenderé, porque no lo que es brillar. Brilla mucho, , señorito mío. Y a ti ¿qué te importa eso? El sol es muy feo. No se le puede mirar a la cara. ¿Por qué? Por que duele. ¿Qué duele?

Sonaban en aquel momento las doce en el viejo reloj de la sala, y tía Pepa, que andaba en las piezas interiores, se presentó en la habitación. ¿Acabaste ya? ¡Ya! Vea usted.... Mañana, hijita. Es preciso madrugar. ¿No dices que quieres ir a las misas de aguinaldo? ¡Yo también, yo también quiero ir! ¡Ni quien se acordara de eso!

Tía Pepa observaba en mi rostro el efecto que me causaba aquella conversación. Angelina me vió, como diciéndome con los ojos: Y ¿qué dices? Cayóme en gracia el viejecito. Fino, afable, cortés, jovial, sin llanezas ni bromas de mal gusto, de fácil palabra y amena conversación, el P. Herrera, a pesar de sus años, parecía un mozo por la frescura de sentimientos.

¿Cómo puedes , Sancho -dijo don Quijote-, ver dónde hace esa línea, ni dónde está esa boca o ese colodrillo que dices, si hace la noche tan escura que no parece en todo el cielo estrella alguna?

¡Ahora ... veamos, Bobart; ¿qué es eso que dices ahí?... ¿Herminia? Se ha marchado con Mauricio, hace un cuarto de hora. ¡Corramos! Los alcanzaremos.... Tienen un caballo demasiado bueno para eso.... Pero, ¿quién les ha abierto la puerta? gritó Clementina con desesperación. Ellos mismos se la han abierto. ¿Y Mauricio estaba en el castillo? Y por poco me estrangula. ¿Dónde le has encontrado?

, Pepe; soy más leal que : me tienes ofendida. Dices que me quieres porque soy buena, y has sido capaz de suponer que podía hacerme mal efecto, así, clarito, lo de trabajar en una imprenta. Basta de esto, porque no quiero parecerte pesada; y conste que me conoce mal quien suponga que el obrar bien pudiera hacerle desmerecer en mi ánimo.

Los celos constituyen una pasión execrable, pero que no es tan difícil de vencer, después de todo. Yo también he tenido celos de Amaury. ¿? ¿Celos de Amaury, dices? repuso Antoñita bajando a su vez la frente; los tenía porque él venía a robarme a mi hermana y porque cuando vivía con nosotros mi prima sólo tenía ojos para él y ni siquiera se acordaba de que yo estaba con ellos.