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Tomòse de estas islas bastimento, Tambien se refrescaron los soldados, Y diòse con presteza vela al viento, Los ánimos de todos bien osados. Mas ¡Ay dolor! cuan presto

El artista sonreía, como un sabio y un justo que era, absolviendo esas debilidades radicadas en la levadura humana, pequeñeces al fin que excusaba de buena voluntad por cuanto conocía cuan grande y noble fuese, a pesar de ellas, el alma de su amigo.

Tal vez añadía el padre las personas honradas y pacíficas andarán ahora muy confiadas imaginando que ya acabó la era de las revoluciones, porque la Iglesia es pobre y no tiene bienes que le quiten; pero ¡ay, cuán lastimosamente se equivocan! A falta de bienes de la Iglesia se pondrán, o se ponen ya en lo alto de la cucaña, los bienes de los particulares ricos.

Ocioso es demostrar cuán difícil sea que se reunan dos hombres de una organización suficientemente harmónica, para componer una obra, como si fuese escrita por uno solo. Calcúlese, pues, lo que será aquélla, que debe la vida nada menos que á seis colaboradores.

Hasta ayer ignoraba por completo el verdadero móvil que había existido para obligarme a este casamiento, pero, ahora que lo he descubierto, veo cuán hábil y astuta ha sido la mente que lo ingenió. Herberto me buscó desde un principio, según parece, porque había oído al anciano señor Hales hacer una observación casual sobre la misteriosa y gran fortuna de mi padre.

Cuán graciosa y alegre no es esa fuente que el viejo Ingres ha casi esculpido con su pincel!

Desgraciadamente no pudieron realizarse por una alteración funesta de los nervios de la esposa del fisiólogo. D.ª Carolina no tenía noticia de la compra del mono. D. Pantaleón, que sabía cuán poca simpatía le inspiraban los adelantos de la ciencia, había cuidado de ocultársela.

»De aquí a dos o tres meses todo habrá terminado y no sufriré ya. »¡Dos o tres meses! ¡Qué largo es ese plazo! »Mas, ¡cuán ingrato soy! ¡Perdóname, Dios mío! El 1.º de mayo hacia las once de la mañana como tenía de costumbre, llegó Antoñita a Ville d'Avray, encontrando al doctor Avrigny inclinado un grado más, hacia la sepultura.

Por deleznables e innobles que parezcan estos fundamentos que quiero dar a la guerra civil, la evidencia vendrá luego a mostrar cuán sólidos e indestructibles son.

Cuando recuerdo que mordí su mano, que posé mis labios sobre la carne del malvado, me parece haber sufrido el contacto asqueroso de una serpiente. Pero vos ¡cuán animoso y enérgico ante tan temible enemigo! Si yo fuera hombre me enorgullecería de actos como ese.