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Cuento sobre todo con tu corazón. Una vez sola, la de Candore tuvo una sonrisa de triunfo. El cascabel está puesto, dijo. Con tal de que Raúl no le quite... Ahora lo urgente es despedir a la institutriz.

Dio unos paseos en silencio, y dijo parándose delante de su madre: ¿Y yo, entonces? No dudo que, como agradecimiento, mi hermano te dejará... Un hueso que roer. ¡Vaya una ganga! ¡Raúl!

Raúl era incapaz de resistir a la autoridad de su madre y cualquiera que fuese su rebelión pasajera, cedía tascando el freno a esa influencia maternal siempre sabiamente disfrazada.

¡Más de una hora! suspiró la joven inclinándose con un ademán lleno de gracia hacia el niño, cuya pura frente se humedeció con una perla que le hizo fruncir la bonita nariz como un gatito molestado por una mosca. ¡Qué hermoso es! Y cómo se parece a ti... Raúl se encogió de hombros irreverentemente. Palabra de honor, Juana, creo que estás loca.

Ante tal actitud, Raúl se abstuvo de proseguir, pues además de ser naturalmente discreto, estaba habituado a tratar al conde de Mengis con todo el respeto que un sobrino de buena educación debe profesar a un tío que teniendo cincuenta mil libras de renta se ha dignado instituirle su heredero universal.

En el fondo de misma y por un sentimiento muy femenino, Liette temía y deseaba al mismo tiempo conocer al fin a aquel Raúl del que se hablaba tanto en el pueblo y a quien ella había sólo vislumbrado desde la ventana al despertar por primera vez en Candore. ¿Era simple coincidencia, prudente disimulo o cálculo habilidoso?

Decididamente, querida, puedes dar cruz y raya a las sentimentales grisetas de Murger y no tienes ni pizca de ese espíritu práctico de que se jactan los hijos de la prudente Albión. Tienes razón, Raúl. De otro modo no hubiera soportado tanto tiempo esta situación intolerable, cuyo fin no veo, a pesar de tus promesas. ¿Mis promesas? ¿Soy tu mujer, o no?

La de Candore, que no quitaba los ojos de su hijo, notó su visible turbación y su frente se arrugó con un fruncimiento imperceptible. ¿Vas a acompañar a Blanca, hermano? Ciertamente, querida Hermancia. ¿Vienes, pequeña? Blanca presentó la frente a su madre y dijo a Raúl amenazándole con el dedo: A ti no te doy un beso.

Este fué Alejos Raul, que en una fiesta militar le mataron estos á traicion de un flechazo. Refirieron estas palabras á Roger, y por su mandado ó consentemiento aquella misma noche los Almugavares dieron sobre los Alanos, y si la oscuridad de la noche y el cuidado de los vecinos nos les defendiera, los degolláran todos.

En otro grupo se comentaba una gran fiesta dada últimamente. Mi sobrina Lucía preguntó: ¿Estuvieron las de García Nájera, Clotilde y Sofía? No entraron en el marcador respondió el joven Evaristo. Aludiendo al noviazgo fracasado de otra señorita, dijo Raúl, uno de los más frívolos de mis invitados: «Esa carrera no se corre».