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La de Candore, que no quitaba los ojos de su hijo, notó su visible turbación y su frente se arrugó con un fruncimiento imperceptible. ¿Vas a acompañar a Blanca, hermano? Ciertamente, querida Hermancia. ¿Vienes, pequeña? Blanca presentó la frente a su madre y dijo a Raúl amenazándole con el dedo: A ti no te doy un beso.

Pero, desgraciadamente, los anteojos no bastaban para su seguridad, y aquella misma mañana había habido una explicación bastante viva entre la señora de Candore y su hermano a propósito de la institutriz. Te aseguro, querida Hermancia, que no he pensado nunca en hacer la corte a miss Dodson. Calla, calla, Héctor, eres incorregible. Pero... ¿Crees que estoy ciega? Te repito...

La fealdad es generalmente desagradable y limitada; la vejez maníaca y enfermiza; en cuanto a la juventud... soportable, el ensayo no me ha salido muy bien. ves el mal en todas partes, Hermancia dijo Neris sin volverse. Lo veo donde está, y, desgraciadamente, no me dejas equivocarme. ¿Acaso esa señorita ha dado lugar a la maledicencia? preguntó el cura alarmado.

Estoy segura, y hemos sido muy locos al no pensar en ello. ¡Dios mío! Sin esa imprevisión imperdonable, no hubiera ciertamente educado a Blanca aquí con él. ¡Oh! no sientas lo que has hecho, Hermancia; no sientas haber salvado a tu hermano de la desesperación...

La rígida Hermancia no se rodeaba más que de caras ingratas y un tanto estropeadas; cambiaba constantemente de institutrices y la última, una joven inglesa, había estado a punto de volver a pasar el canal de la Mancha, a pesar de los mejores certificados, porque no realizaba suficientemente el tipo clásico atribuido a las pobres «misses».

Pero le había reducido mucho, y la viuda se hubiera visto en la imposibilidad de sostener su categoría sin el generoso apoyo de su hermano, que pasaba por un soltero endurecido y muy rico, el cual, después de una juventud bastante tempestuosa, se había decidido de repente a hacerse virtuoso por cariño a su hermana o por cualquier otro motivo, y hacía ahora penitencia bajo la férula de la severa Hermancia, que le dominaba como a un muchacho, aunque la llevaba quince años.