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Era la armada de treinta y seis velas, y entre ellas habia diez y ocho galeras, y cuatro naves gruesas, la mayor parte armadas con dinero del Rey, y de Roger, que para la ejecucion de esta jornada gastó la hacienda que adquirió en las guerras pasadas, y tomó veinte mil ducados de los Genoveses en nombre del Emperador Andronico.

Aquella obra maestra del pintor ambulante fué acogida con grandes risas, y el mismo Roger no pudo menos de convenir con la ventera en que aquel papagayo bizco y aquella ortografía fantástica perjudicarían á la buena fama del mesón y moverían á risa á los señores que allí se detuviesen á descansar y refrescar durante sus frecuentes cacerías. Sería la ruina de mi casa, exclamó la tía Rojana.

Berenguer De Entenza con nuevo socorro llega á Constantinopla, donde se le dió el cargo de Megaduque, y á Roger le ofrecieron el de César.

Roger con la mayor presteza y diligencia que pudo tomó la gente más desembarazada y suelta, y fué la vuelta de Tiria para meterse dentro de ella antes del dia. Llegó á ser tan buen tiempo, que los Turcos ni le pudieron descubrir, ni sentir, habiendo caminado treinta y seis millas en diez y siete horas.

Nicéforo Gregoras, Autor poco fiel en algunos de estos sucesos, dice, que Roger pasó solo mil hombres á Grecia, pero George Pachimerio ya concuerda con Montaner, y afirma que fueron ocho mil los que pasaron.

Por fin consiguió Roger ponerlos en paz, y habiendo cesado la lluvia se despidió de aquellos divertidos polemistas. No tardó en divisar grupos de cabañas, campos cultivados y una que otra granja; pero el sol se acercaba á su ocaso cuando el viajero vió á distancia la elevada torre del priorato de Salisbury.

De las pagas, entretenimientos y ventajas que ofreció á la nobleza y Capitanes, no señalan los Historiadores cosa con particularidad, solo el oficio y dignidad de Megaduque de Roger, y el de Senescal en Corberan de Alet.

Obligó á Roger este desprecio á que se fuese á servir á Don Fadrique su enemigo, de quien fué admitido con muchas muestras de amor y agradecimiento: efectos no solo de su ánimo generoso, y condicion apacible para con los soldados, pero de la fuerza de la necesidad de la guerra; porque no fuere cordura desechar al que voluntariamente ofrece su servicio en tiempos tan apretados, como en los que corren riesgo la vida y libertad, y cuando se apartan los mayores amigos, y obligados.

El talabartero torció el gesto. ¡Por vida de Roger! ¡Dejar una corrida tan magnífica!... Y mientras iban hacia la puerta, calculaba dónde podría abandonar a Carmen para volver cuanto antes a la plaza.

Quizás valiera más así, porque bien las necesitábamos los arqueros blancos por aquel entonces. El piadoso Roger escuchaba horrorizado aquellos detalles. Las creencias de toda su vida, su profundo respeto por la dignidad pontificia, la veneración que profesaba al jefe visible de la Iglesia, todo le impulsaba á protestar contra la escandalosa irreverencia del soldado.