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Aquella obra maestra del pintor ambulante fué acogida con grandes risas, y el mismo Roger no pudo menos de convenir con la ventera en que aquel papagayo bizco y aquella ortografía fantástica perjudicarían á la buena fama del mesón y moverían á risa á los señores que allí se detuviesen á descansar y refrescar durante sus frecuentes cacerías. Sería la ruina de mi casa, exclamó la tía Rojana.

¡Que me aspen si toco ni canto más! decía malhumorado el músico, enfundando su arpa. ¿Pues qué esperaba vuesa merced, un himno sacro ó la letanía? ¿Desde cuándo asustan á los pajecillos las trovas que entonan todos los juglares del reino? Lo dicho, no canto más. haréis, repuso uno de sus oyentes. Á ver, tía Rojana, un jarro de lo bueno para maese Lucas. Yo convido.

Presidia este monasterio un piadoso sacerdote llamado Salvador, y debia ser de los dúplices ó mixtos, tan comunes entonces, por cuanto leemos en S. Eulogio que se fué á vivir á él con su mujer y sus hijos el padre del santo mártir Walabonso. En el lugar llamado Rojana, tambien de la montaña, sin que nos sea dado señalar hácia qué parte de ella, habia otro monasterio dedicado á S. Martin.

Dios os guarde, camaradas. ¡Una mujer, por vida mía! dijo al ver á la tía Rojana, que en aquel momento pasaba junto á él con un par de jarros rebosantes de cerveza. ¡Salud, prenda! y rodeando con su brazo el talle de la ventera, estampó dos sonoros besos en sus mejillas. ¡Ah, c'est l'amour, madame, c'est l'amour! tarareó.

La cerveza, el vino... ¡envenenados! y llevándose ambas manos al vientre echó á correr, traspuso la puerta y desapareció en la obscuridad, dejando á Simón, Tristán y demás bebedores desternillándose de risa. Poco después se retiraron á sus casas algunos de éstos y á sus no muy blandos lechos los huéspedes de la tía Rojana.

Volveré á llenar vuestros cubiletes, por lo bien que habéis brindado en honor de los valientes que visten el coleto blanco. ¡Venga esa cerveza, ángel mío! y dirigiéndose á la tía Rojana, que le miraba sonriente y complacida, entonó una canción bélica, con vozarrón tremendo y desafinando á todo trapo. Á fe mía que más entiendo yo de dar flechazos que de cantar trovas.

Esa es la ley del Pájaro Verde, aulló otro. ¡Cómo se entiende, tía Rojana! ¿Parroquiano nuevo y vasos vacíos? Un momento, mis buenos señores, un momento. Si no he preguntado lo que queréis es porque ya lo , y escanciando estoy la cerveza para los leñadores, aguamiel para el músico, sidra para el herrero y vino para todos los demás. Llegaos aquí, buen hidalgo, dijo á Roger, y sed muy bienvenido.

Ese es Ferrus el pintor, dijo la tía Rojana señalando con el cucharón al dormido bebedor. ¡Y yo, tonta de , que le creí y le de beber antes de que me pintara la muestra prometida y ahora me quedo sin muestra y sin el vino que se me ha tragado ese perdulario!

Bien dicen que nuestros valientes arqueros vuelven al país no sólo ricos sino corteses, replicó la Rojana, á quien habían impresionado vivamente la franqueza, el buen humor y la generosidad de su nuevo huésped. ¡Á vuestra salud, ojos de cielo! fué la réplica del galante soldado, levantando su vaso y sonriendo á la ventera. Una cosa no veo yo muy clara, señor arquero, dijo el estudiante de Exeter.

Los lamentos de la tía Rojana y el cacareo de las gallinas que tranquilamente invadieron la sala común apenas abrió aquella la puerta de la venta, no tardaron en despertar á los huéspedes.