United States or Sweden ? Vote for the TOP Country of the Week !


Ese guardacostas se aproxima y nosotros deberíamos estar ya a la vista de Tarifa, si el infierno no te hubiera sugerido el loco pensamiento de ir a esa maldita corrida de toros y dejarme solo, a , que no entiendo nada de vuestras malditas maniobras. Y si te hubieran preso, ¡ahora que tu cabeza está a precio! No les temo. No se trata de ti, por Cristo, sino más bien de .

Su perdicion el pobre conocida, Hablándoles está de esta manera: "Muy bien sabeis, amigos, por la vida Se ha de aventurar cosa cualquiera: Salid, porque pasada esta corrida, Y vuelto yo á me ver en talanquera, Yo os juro que de aquestas opresiones Muy largo vengareis los corazones. Salieron, que el salir era forzado: Los alcaldes los prenden.

Gustaba en los días de corrida, después del temprano almuerzo, de quedarse en el comedor contemplando el movimiento de viajeros: gentes extranjeras o de lejanas provincias, rostros indiferentes que pasaban junto a él sin mirarle y luego volvíanse curiosos al saber por los criados que aquel buen mozo de cara afeitada y ojos negros, vestido como un señorito, era Juan Gallardo, al que todos llamaban familiarmente el Gallardo, famoso matador de toros.

Y al mismo tiempo que el ahijado le besaba de nuevo la diestra, el matador entregó con la otra mano a los dos muchachos un par de duros. El padre tiró de la prole con excusas de agradecimiento, no acertando a expresar en sus confusas razones si el entusiasmo era por el regalo a los niños o por el billete para la corrida que iba a entregarle el criado del diestro.

Cual toma el alabarda muy lucida, Y comienza á jugar con ambas manos, Quitando al que la tiene allì la vida, Despues á los demas pobres cristianos. El Sargento Mayor de corrida, Echando la rodela por los llanos, Caytua le siguiò, indio de brio, Y alcánzale

El Tato hablaba con entusiasmo al manchador y al pertiguero de la corrida del día siguiente, y Mariano permanecía de pie junto a su admirado camarada, mientras su mujer, una hembra tan bravía como él, hablaba con Sagrario. Los hombres lamentaban que no estuviese presente don Martín.

Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña, muy a su sabor. Y luego, de corrida y sin parar, les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.

Permaneció Gallardo gran parte de la corrida en el estribo de la barrera. Buenas eran tales explicaciones para los partidarios, pero él sentía en su interior una duda cruel, una desconfianza en su persona que nunca había conocido. Los toros le parecían más grandes, con una «vida doble» que les daba mayor resistencia para no morir. Los de antes caían bajo su estoque con una facilidad de milagro.

Y como por buenos que sean los diestros que están en el tendido, si los lidiadores son malos, mala resultará la corrida; para los buenos villaverdinos no hay chupa que les venga, ni capote que les salga a gusto.

Como en todos los días de corrida, Juan Gallardo almorzó temprano. Un pedazo de carne asada fue su único plato. Vino, ni probarlo: la botella permaneció intacta ante él. Había que conservarse sereno.