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Tomar posiciones en aquella altura y vender caras nuestras vidas, ó salvarlas si nos llegan refuerzos. La más alta de aquellas colinas, de difícil subida por todos lados y con una planicie bastante extensa en la cumbre, nos ofrece una admirable fortaleza natural. Dad, Fenton, la orden de marcha sin perder momento. Conservad, señores, vuestros caballos, pero que abandonen los suyos los soldados.

Para desterrar la costumbre de jurar, que suele reinar entre soldados y marineros, se impuso pena, á que todos se obligaron, de quien quiera que faltase, hubiese luego de besar el suelo, diciéndole los presentes: Viva Jesus, bese el suelo.

Xama y otro moro, que servían en la compañía de Suero de Vega, salieron una noche por la isla á tomar lengua y trujeron un moro. Desde á dos noches tornó á salir Lope Osorio, teniente de la misma compañía, y dió en unos casales, cerca de su campo, y trajo siete moros y moras y mató algunos que se defendieron. Hecha la paz dió el Duque libertad á todos y los pagó á los soldados.

El Ministerio de la Guerra, las Direcciones de las Armas y otros centros militares, estaban llenos de soldados y oficiales que, protegidos por recomendaciones, habían encontrado medio de burlar su mala suerte, librándose de incorporarse a sus batallones; y el abuso adquirió tales proporciones, que fue preciso evitarlo.

Los soldados, sin recibir órdenes, con la prontitud de la costumbre, se habían aproximado á sus fusiles, que estaban en posición horizontal asomando por las aspilleras. Otra vez los visitantes marcharon uno tras de otro. Descendieron á cuevas que eran antiguas bodegas de casas desaparecidas. Los oficiales se habían instalado en estos antros, utilizando todos los residuos de la destrucción.

En esto se gastó buena parte de la noche, y habiendo tomado un poco de sueño, al despuntar el alba se tocó á marcha, mandando los oficiales que puestos en orden los soldados, y con el fusil en punto, avanzasen á vista de los enemigos y si no rindiesen las armas, los atacasen.

Empero los indios, testigos oculares, decian que apenas llegaban los soldados al número de 600 ó 700: lo mismo referian otras cartas de algunos capitanes españoles, que militaban entre los Portugueses, que no pasaban del número de 1,150; que muchos caballos se les habian muerto, y probablemente se les habian de morir todos con la seca; y que una embarcacion de algunos artilleros se la habia tragado el mar.

Varios soldados británicos, serenos y flemáticos, pidieron, al subir, una pipa, y empezaron á fumar con avidez. Otros náufragos, ligeros de ropa, se limitaban á envolverse en una manta, iniciando el relato de la catástrofe minuciosa y serenamente, como si estuviesen en un salón.

El último puerto es Maldonado, el cual está abierto, con la entrada al norte del Plata, y al abrigo de los vientos del este, por una pequeña isla que tiene el mismo nombre. Aquí tienen los españoles un fortin con un destacamento de soldados. No mas de este puerto.

De las balaustradas de las tribunas colgaban ricos tapices y anchas franjas de terciopelo en cuyo centro destacábanse, bordados en oro, plata y sedas de vivos colores, los escudos de armas de cien nobles. No tardaron en tomar éstos asiento, la multitud y los soldados se acomodaron como mejor pudieron y los pajes y palafreneros se encargaron de las armas y monturas de sus señores.