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Aquella noche, después del reembarco, marchó Uluch-Alí con las dos galeras á pedir socorro al gran Señor, y Dragut pasó por el puente á tierra firme, temeroso de que se lo cortaran.

No, , lo pensé; lo pensé muchas veces; pero siempre la lejos, ¡muy lejos!... Y ahora venía de pronto, ¡insidiosa, inesperada... cruel... terrible!... El que se muere me decía yo es como un náufrago arrebatado por las olas: lucha por ganar la orilla, todos los que le aman quieren salvarle, y no pueden, y es imposible, todo esfuerzo es inútil... y el infeliz pide socorro... ¡y parece que no le oyen!... ¡Horrible! ¡Horrible!

Con esto á la Asumpcion llega la gente Con gran placer, contento y alegría, Y con mucho socorro, que el teniente Al camino enviado nos habia. La gente paraguense alegremente A nuestro Adelantado recibía, El cual de

El zafio amante no la buscaba, dando su vuelta por segura; y al regresar el pájaro caprichoso, todo el barrio poníase en alarma con los golpes y los gritos, saliendo la Marquesita al balcón con el pelo suelto, pidiendo socorro, hasta que una zarpa la arrancaba de los hierros y la metía dentro para continuar el vapuleo.

Se oyó después el golpe dado contra la pared por una puerta abierta violentamente, y la voz de Miguel que gritaba: «¡Abre, Antonieta! En nombre del Cielo, ¿qué sucedeLa respuesta fue precisamente la que yo había escrito en mi carta: «¡Socorro, Miguel! ¡Es HenzarEl Duque lanzó una blasfemia y golpeó violentamente la puerta.

Se trató de mudar los cuerpos reales de D. Fernando IV y D. Alfonso XI á la capilla mayor nueva, y de otras providencias útiles; pero nada tuvo el efecto que se deseaba, y fué muy corto el socorro que se logró para la obra.

No le siguieron los otros, pero antes de alejarse gran espacio oyó las voces de socorro que daba la vieja, detenida en medio del camino por ambos bribones, que la despojaban apresuradamente de las monedas que él le había dado, de su mantón de lana y de la cestilla que en la mano llevaba.

Una espuma burbujeante asomó a las comisuras de los labios, con sordos rugidos. El cuerpo se contraía y dilataba, doblándose como un arco, mientras la cabeza y los pies se hundían en las desordenadas ropas del lecho. Isidro corría como un loco por la habitación. Después abrió la ventana. ¡Socorro!...-gritó . ¡Teodora!... ¡señora Teodora! Nadie le oía.

La convalecencia fue larga: en ella se gastaron primero los ahorros; luego el préstamo tomado sobre la ropa dominguera, la capa de él y el mantón de ella; después algún socorro de camaradas y vecinos, y por último, un donativo de la Caja de resistencia en huelgas. En nuevo trabajo no había que pensar; porque el brazo perdido era el derecho.

Jacinta y Guillermina se acobardaron un momento; pero luego la primera lanzó un grito de angustia, y la santa salió a pedir socorro. No tuvo tiempo Fortunata de prolongar su altercado ni de volver en , porque apareció en la puerta el criado de Moreno, que era un inglesote como un castillo, y a poco vino también doña Patrocinio, y después el mismo Moreno.