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Con todo, Westminster ha dado asilo a notabilidades de muy dudosa ortografía, muchas de las cuales han pagado mas bien que merecido el pasaporte para descansar en algunas de las gloriosas tumbas de la venerable catedral de los muertos y de los reyes, poblada de estatuas, bustos y obras soberbias de escultura.

Copio textualmente esta obra maestra que la abuela me ha traído como dato para mis estudios sobre las solteronas; pues se trata de una carta de Celestina al cura, la carta que tanta curiosidad me había inspirado. Corrijo las faltas de ortografía, para facilitar su lectura. Celestina Robert al señor cura de San Aprúnculo. «Aiglemont 15 de noviembre de 1903.

Copio, pues, su principio, con su misma ortografía, porque no deja de ser curioso: «Despues desto passe por la puerta de una casa, á donde bide entrar mucha gente así hombres como mugeres; entré con ellos y bide un patio muy grande, adonde en sillas y bancos se sentaban los hombres y las mugeres, en un sitio alto las hurdinarias y luego muchos balcones, á donde estaban los grabes con sus mugeres, y en este patio un tablado á donde todos miraban, y despues que estaba todo lleno bi salir dos damas y dos galanes con sus biguelas y cantaron estas decimas: «Quien se vio en prosperidad »y se en misero estado, »considere que es prestado »el bien y la adversidad

» ¡Pobrecilla, y con qué decisión me lo dice! » Como todo cuanto te he dicho y prometido. » Mira que si me arguyes de ese modo, vas a hacerme perder la cordura que necesito para que el consejo sea digno de quien me le pide. » Pues venga pronto el consejo..., porque no respondo de . »Omito, en obsequio a la brevedad, la ortografía que usábamos mi interlocutor y yo para este lenguaje hablado.

Y la tiene, no porque se lo dicen los que le inciensan, sino porque una vez, viéndose tan alto, dió en mirar a su alrededor, y observó que así en la plaza como fuera de la plaza, los hombres que daban vida a los pueblos modernos e imprimían carácter a la época, ni eran de más noble estirpe, ni más sabios ni más ricos, ni tenían mejor ortografía que el.

No quiero privar á mis lectores de tan sabrosísima lectura, y en el mismo castila en que está escrito, y con su propia puntuación y ortografía, lo traslado aquí, y que Dios me perdone. Dice así: «Recetario de yerbas y flores de Guinobatan.

Una mañana, con los ojos hinchados por el insomnio, le entregó un papel á su secretario. Sandoval, dígame qué le parece. Cuando yo era muchacho y aún no había aprendido á leer, inventé muchos versos como éstos, mientras punteaba la guitarra. Usted pondrá lo que les falte: yo entiendo poco en eso de la ortografía. ¿Qué me dice de ellos?

Los años sucedieron a los años, tranquilos, suaves, en el goce de la plena satisfacción del trabajo y del deber cumplido. Juan crecía... Su padre le dio las primeras lecciones de ortografía, y el cura las primeras de latín.

Por lo demás, continúa siendo el hombre dado a las grandes frases y al aplomo en el decir, y no ha enriquecido su erudición ni reformado su ortografía; pero aquélla no la necesita en la vida que trae, ni ésta le es indispensable, dictando, como dicta, hasta su correspondencia particular.

Una cosa es reformar la ortografía pública, y otra aplicar ciertos correctivos a la especie humana. «Allá van los buenos días» le dijeron los chulos alegremente, y a Ido se le puso la carne como la de las gallinas, porque se acordó del duro y temió que se lo garfiñaran si entraba en parola con ellos.