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Pero la idea de abandonar al hijo de sus entrañas en manos de mujeres sórdidas y empleados brutales la había horrorizado siempre. Luchó bravamente cuanto pudo, privándose ella bastantes veces del necesario sustento para alimentar al niño, que ya contaba cerca de tres años. Había llegado, sin embargo, el fin del combate y resultaba vencida.

Don Pedro se acercó entonces, y mudando de tono, preguntó: ¿Qué es eso? ¿Tiene algo Perucho? Púsole la mano en la frente y la sintió húmeda. Levantó la palma: era sangre. Desviando entonces los brazos, apretando los puños, soltó una blasfemia, que hubiera horrorizado más a Julián si no supiese, desde aquella tarde misma, que acaso tenía ante a un padre que acababa de herir a su hijo.

Azorín, horrorizado a la sola idea de conocer a López Silva, se ha apresurado a protestar. ¡Oh, no no, tampoco! Entonces el viejo ha movido la cabeza como conformándose con su desgracia, y ha exclamado tristemente: ¡Todo sea por Dios! Este viejo ha venido esta mañana en el tren; esta noche regresará a su casa.

Se comprende fácilmente: el padre es el duque de Lerma; el hijo, el de Uceda; el otro, don Baltasar de Zúñiga, y el sobrino, el conde de Olivares, esto sin contar el de Lemos y otros... ¿De modo que habéis vivido engañando á todo el mundo? El amor al dinero... Porque sin el dinero... ¿Habéis llegado al punto de matar por el dinero? ¡Ah, no, señor; no, señor! exclamó todo horrorizado Montiño.

El P. Gil se tapaba los ojos, se mesaba los cabellos, horrorizado de aquella disputa sacrílega. ¡

Traga-santos, horrorizado, no quiso oir el resto de la frase, y se apresuró á volver á la ermita para pedir al Santo, con los ojos arrasados en lágrimas, que detuviese con su intercesión la mano de Dios, sin duda levantada ya para castigar terriblemente al pueblo español por aquellos sacrilegios.....

¡Dios está sordo! dijo el gitano ; invoca a Satanás. Y se echó a reír. ¡Atrás, atrás, blasfemo! respondió el hermano levantándose horrorizado. Pero el mar adelantaba de tal modo, que las olas iban a romperse a sus pies y les cubrían de espuma. Invocad a Satanás, y os salvaré. Detrás de esas rocas hay una salida secreta oculta por una piedra; ella os pondrá al abrigo de los aduaneros.

Si vuelves a tocarme, me marcho desnuda como estoy por esas calles... ¡Vete! ¡Vete! D. Álvaro quedó clavado al suelo por el estupor. No eran sus palabras las que le dejaban frío, horrorizado; era aquella voz aguda como la hoja de un puñal, que le llegaba hasta lo más hondo del pecho. ¡Vete! ¡Vete! repitió ella alzando aún más el grito.

En realidad, si algún dios o mortal pudiese escuchar aquellos bárbaros sonidos, retrocedería horrorizado. Sobre todos flotaba sin cesar uno por demás extraño algo así como all, call, mall. Un filólogo perspicaz, después de estudiar bien aquel sonido, teniendo en cuenta la persistencia de la vocal a y de la consonante ll, acaso deduciría que la palabra expresada por el alcalde era canalla.

Había desaparecido la dulce melancolía de sus ojos; en ellos brillaba una llama oscura; diríase que había muerto y su cadaver resuscitaba horrorizado de lo que había visto en la eternidad. Si no el crímen, su siniestra sombra se estendía por toda su figura. El mismo Simoun se espantó y sintió compasion por el desgraciado.