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Aunque habitaba enteramente sola y cuando joven era bella supo defender su honestidad tan bravamente que los mozos de la parroquia le pusieron por sobrenombre la Pura y este apodo le quedó. Ahora ya era vieja, aunque no tanto como aparentaba. Los rudos trabajos, las privaciones y la acción de la intemperie habían arrugado su rostro antes de tiempo.

Quedó Nieves como inocente paloma en las garras del gavilán. Pero éste, viendo que no podía saciarse, porque le sujetaron los brazos, se desprendió bravamente, dejó el salón, dónde se había armado el consiguiente jollín, y salió a la calle. Pablito caminaba a paso lento, harto sofocado aún, cuando sintió un terrible dolor en el brazo.

Su corazón alzose bravamente ante el fantasma terrible de la tisis, y dijo: «No se muere más que una vez... Días antes o días después... ¡Bah! ¡Qué importa!» Y por un supremo esfuerzo de la voluntad quedó sereno, completamente sereno, observando su propia tranquilidad con noble orgullo.

Pero la idea de abandonar al hijo de sus entrañas en manos de mujeres sórdidas y empleados brutales la había horrorizado siempre. Luchó bravamente cuanto pudo, privándose ella bastantes veces del necesario sustento para alimentar al niño, que ya contaba cerca de tres años. Había llegado, sin embargo, el fin del combate y resultaba vencida.

Villaespesa es de los poetas que han comido peor; como veis, esto es el colmo de la redundancia. Pero él ha probado bravamente que se pueden escribir versos admirables y soñar con princesas, alimentando la miseria corporal con queso manchego y chocolate con churros. Ha pasado por la vida misérrima sin enterarse, con los ojos vendados por un jirón azul de ideal.

Las calles están plagadas de vendedores de frutas, y raro es el yanqui que al pasar no compra un par de bananas, que pela bravamente con los dientes y engulle sin disminuir su paso gimnástico.

Fuera del combate de Lepanto, en que, armado de ancho espadón de guzmán, batiose bravamente en la proa de una galera, recibiendo una pelota de arcabuz en el hombro y una lanzada en el muslo, no registraba en su vida otra acción memorable. Pasolo casi siempre en los oficios palaciegos.

Se echaban todos los cerrojos, se recogían los gatos, los perros, los asnos, y mientras las mujeres encendían una vela a Santa Catalina y otra a Santa Quiteria, abogadas contra la rabia, los mozos salían al campo bravamente, armados de las herramientas filosas que iban hallando. Ramiro avanzaba con rapidez saltando las peñas y los hatos de podas antiguas.

Trasladóse entonces a casa de su hermana; pero a los pocos meses, existiendo incompatibilidad de caracteres entre él y su cuñado, chocaron de modo tan violento, que se contaba en el club y en los salones de la corte que se habían abofeteado y aporreado bravamente. No llegó a efectuarse un duelo entre ambos por la intervención de algunos respetables miembros de la familia.

El dueño, grande amigo de Daniel, nos sirvió por mismo boquerones fritos y japuta, poniéndonos al lado un par de botellas de manzanilla. Suárez estaba muy contento, y comía y bebía bravamente. No lo hacía yo mal tampoco. Las niñas de Anguita y su original papá nos servían de tema inagotable de conversación. Pidiose otro par de botellas.