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Entre tanto un bulto negro se apoyaba en una de las rejas del piso bajo de la casa que habitaba María y que daba a una de las angostas callejuelas tan comunes en aquella ciudad. No era posible distinguir las facciones de aquel individuo, porque una mano oficiosa había apagado de antemano los faroles que alumbraban la calle. Capítulo XXIII

Habitaba en su corazón aquella María Teresa de sus ensueños, y nada podría separarlos jamás, ni la ausencia, ni el espesor de los muros, ni la distancia de los caminos... ¡Pero iba a ver a la otra, la verdadera, a quien tenía que felicitar porque pronto sería la señora de Huberto Martholl!...

Una tradición en boca del pueblo, que nadie escucha, y esa gran tumba de héroes sepultada entre olivos, sobre la cual las simbólicas ramas de éstos estampan por solo epitafio: ¡Paz á los muertos! Parecía aquella morada comunicar algo de su gravedad y silencio á la familia del capataz que la habitaba. Era éste un hombre austero; su mujer era callada, y sus hijos tímidos.

Tenía, en primer lugar, un amigo, un amable y excelente joven, antiguo capitán de la guardia, que habitaba con su familia en el Real Palacio de Pau, y no quise dejar el Mediodía sin abrazarle; por otra parte, en los alrededores de esta ciudad estaba el señorío de Lescar, donde la vizcondesa D'Ortlies y el general me habían comprometido para que me detuviese algunos días.

Es indudable que, en lo antiguo, todos estos hombres no se llamaron tagalog: este fuè nombre de una fracción que habitaba Manila y, por extensión, se aplicó por los españoles á todos los que hablaban igual lengua.

4 Y habitaba Josafat en Jerusalén; mas volvía y salía al pueblo, desde Beerseba hasta el monte de Efraín, y los reducía al SE

Esta proximidad había sido siempre una exigencia de doña Paula. Ella habitaba el segundo piso, a sus anchas; no quería ruido de curas y frailes entrando y saliendo; pero tampoco consentía que su hijo, su pobre Fermín, que para ella siempre sería un niño a quien había que cuidar mucho, durmiese lejos de toda criatura cristiana.

Apeló entonces a los medios que suelen emplear los tenorios callejeros; sobornó a la portera y pudo cerciorarse de que su madrastra habitaba allí en efecto hacía tres meses; pero su hermana había ido a pasar una temporada al campo con unos amigos por no encontrarse bien de salud. Renunció por entonces a pasear la calle aguardando su regreso. Y al cabo de algún tiempo sucedió lo que vamos a ver.

Carmen, engolfándose allí en la exaltación de los más altos pensamientos, no desdeñaba la amistad de un ser miserable, que solía esperarla en el solitario lugar y acariciarla humildemente. Era un gato, que habitaba casi siempre por aquellos andurriales huyendo de la escoba de doña Rebeca. Tan ruin era y tan feo, que le llamaban Desdicha.

En los tiempos de prosperidad, cuando habitaba él su palacio de Palma, de ser Margalida una criada de su madre, sólo habría sentido por ella el apetito que inspira la frescura de la juventud, sin nada que se pareciese al amor. Otras mujeres le dominaban entonces con la seducción de sus artificios y refinamientos.