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Su vida de empleadillo y jornalero le producía un puñado de duros, con los cuales había para ir a la compra y casi con igual frecuencia a la botica. De la abogacía no se volvió a hablar: lo de seguir carrera fue un sueño, y, sin embargo, el haber tenido que renunciar a ella era la pesadumbre de toda la familia.

Ella, con esa alegría infantil de quien ostenta una adquisición nueva, le dijo: Mire Vd. mi compra. En todo Madrid no hay otro igual. Y barato. Cinco mil reales. Pepe, al examinar el espejo, hizo un gesto involuntario. ¡Qué! ¿Es feo? Luis XV, barroco puro... ¿O le parece a Vd. caro? No; es precioso. Entonces... ¡Vamos, hombre, hable Vd.! ¿Vale menos de lo que me ha costado?

No ; pero cuando yo te vi, papá, comprar tantas vitalicias, me dije: Esta es la mía; si papá compra, es que el alza es segura y el negocio soberbio. Cállate exclamó don Bernardino fuera de , que te calles, ni una palabra más. Y basta; ¡no me pises la Bolsa, y cuidado cómo te portas en el Ministerio!

El mandarín gobernador, o padre de la ciudad, el poderoso Gu-Ly, consagraba todos sus ocios a hacerles jugarretas a los extranjeros. Existen tres factorías europeas en ese lugar de recreo. Un francés que compra seda, ejerce las funciones de agente consular. Tenía una bandera delante de su puerta y los misioneros se alojaban en su casa.

En realidad, al alto derecho de aduanas y a la comisión se debe el precio casi prohibitivo de un buen sombrero de jipijapa cuando se compra en los Estados Unidos; pero no es menos cierto que los opulentos hacendados de la costa ecuatoriana y los de Panamá, pagan ochenta y aun cien dólares por los mejores sombreros que se hacen, los cuales rara vez se ven en los países del norte.

Subió, pues, el trozo de puerco a la extremidad del gancho, y luego, armándose de una linterna y de una bolsa vieja, se marchó a hacer aquella compra olvidada, que, con buen tiempo, sólo le hubiera tomado un cuarto de hora.

, la humildad cristiana, en cambio de algunos sacrificios, produce grandes ventajas, hasta en los asuntos mas distantes de la devocion. El soberbio compra muy caro su satisfaccion propia; y no advierte que la víctima que inmola á ese ídolo que ha levantado en su corazon, son á veces sus intereses mas caros, es la misma gloria en pos de la cual tan desolado corre.

¡Ay, qué delicados están los tiempos!... Usted, ¿qué se ha de vender? Falta que haya quien le compre. Y esto no es compra, sino socorro. No me dirá usted que no lo necesita... En fin, pa no cansar... replicó bruscamente José , si me dan la ministración... Una cantidad y punto concluido... ¡Que no me da la gana, que no me da la santísima gana!

Las tías sentían un vago remordimiento por la compra del caserón. Comprendían que valía más, mucho más de lo que habían pagado por él, abusando de la situación apurada de don Carlos, que además era un aturdido en materia de intereses. ¡

¿Pero qué ha hecho? exclamó doña Paulita, la santa. Elías contó la aparición del militar en su casa; contó los antecedentes peligrosos de Clara, su deseo de parecer bien, la compra de las flores, las composiciones del vestido, y las tres damas comenzaron á hacer aspavientos. Salomé entonó un sermón, y doña Paulita se hizo cuatro cruces desde la frente al estómago y desde un hombro á otro.