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La decadencia de los buques parecía reflejarse en el porte de sus capitanes, más rudos que antes, peor vestidos, con un abandono militar de combatiente de trinchera, las manos callosas y mal cuidadas, iguales á las de un cargador. Entre los marinos de guerra también los había que mostraban un completo abandono de su persona.

Si el sultán vencía y caía con su tropa sobre el pueblo, todo estaba perdido. Las bombardas y falconetes que guarnecían la muralla, aunque puestos sobre rudos encabalgamientos o cureñas, y nada apropósito para que la puntería fuese certera, podían barrer la turba de amotinados que se arrojase al asalto de la fortaleza, circundada de foso profundo.

Sus mujeres, gravemente serias, les siguen con la vista, y más de una pronuncia en voz baja alguna oración. ¿Quién no ruega en tales casos? El mismo extraño hace votos por aquellos seres, diciendo: «Mala será la noche: sus deudos quisieran verlos ya de vueltaAsí es como el mar ensancha el corazón, enterneciendo aun á los seres más rudos.

Como toda la prudencia y la reflexión que podía esperarse de aquellos dos rudos montañeses había que buscarla en Chisco, yo no apartaba mis ojos de él, y no podía menos de admirarme al observar que ni en aquel trance de prueba se alteraba la perfecta regularidad de su continente: su mirada era firme, serena y fría, como de ordinario; su color el mismo de siempre, y no había un músculo ni una señal en todo su cuerpo que delatara en su corazón un latido más de los normales; al revés de Pito Salces, que no cabía en su ropa, no por miedo seguramente, sino por el deleite brutal que para él tenían aquellos lances.

Entre tanto, los comerciantes y los capitanes de buques, los dependientes de almacén y los rudos marineros entraban y salían: en torno suyo continuaba el mezquino ruido que producía la vida comercial y la vida de la Aduana: pero ni con los hombres, ni con los asuntos que les preocupaban, parecía que tuviera la más remota relación.

Luego, Divès, volviéndose hacia la tropa de reserva, compuesta de cincuenta rudos montañeses, y señalando la meseta con el sable, les dijo: ¿Veis aquello, muchachos? Nuestro tiene que ser. Los de Dagsburgo no podrán decir que tienen más valor que los del Sarre. ¡Adelante! Y la tropa, enardecida, se puso en marcha, flanqueando el barranco. Hullin, muy pálido, gritó: ¡A la bayoneta!

El ama no desmentía su raza por la anchura desmesurada de las caderas y redondez de los rudos miembros.

Rudos vaivenes de fortuna le habían hecho pasar de una abundancia absurda á una miseria de vagabundo. Pero evitaba hablar de sus aventuras en otros países y sus relatos eran siempre sobre la vida que había llevado en Patagonia. No podía olvidar un horrible sed sufrida en aquella altiplanicie que empezaba al borde de la cortadura del río Negro, extendiéndose hasta el estrecho de Magallanes.

Tuvo allí el P. Caballero noticia cierta de otra nación con quien los Manacicas andaban siempre en guerras y hostilidades, por lo que se le inflamó el corazón en encendidísima caridad y deseo de verlos y traerlos al conocimiento de su Criador, especialmente que no eran tan rudos y salvajes como los otros pueblos, que á costa de tantos trabajos y sudores había reducido al rebaño de Cristo.

No mira al cielo, pues sabe que no lo hay: examina la tierra que es la realidad, y en vez de tener las manos siempre juntas en el rezo, que salva el alma, empuña los rudos instrumentos de trabajo, labora, lucha, suda en su eterna batalla con el sueño por transformarlo y embellecerlo, pensando que las fatigas del presente serán buenas obras para la humanidad del porvenir.