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Averiguó, porque no lo sabía, hacia dónde estaba la Bombilla, ajustó y citó un carruaje para las seis y media de la mañana, pensando en tener, si éste faltaba, tiempo de buscar otro; estuvo leyendo, sin enterarse, hasta las dos; intentó dormir, no pudo, y desconfiando de que le despertasen oportunamente, se levantó antes de que amaneciese. A las siete en punto tenía la capa puesta.

No les bastaban los libros y las obras de arte enviados por el viejo mundo; querían ver de cerca la personalidad física de sus autores. Además, se dan el gusto de ponerlo en caricatura y le atribuyen anécdotas en las que aparece asombrado al enterarse de que en América ya nadie gasta plumas.

Aresti tronaba contra la vida de las gentes opulentas. Viajaban por Europa como viajan las maletas, insensibles y sin enterarse de nada, y al volver á Bilbao, seguían su vida de escrúpulos y nimiedades.

Vi a Concha sujeta por dos acomodadores, gritando como ella sabe hacerlo, y vi también que el rey, que estaba en su palco, precisamente sobre nosotros, sacaba todo el cuerpo fuera del antepecho para enterarse, y sonreía... Y no vi más... Es decir, me vi en medio de la calle, sin abrigo y con el sombrero en la mano, lo mismo que estaba cuando el cataclismo.

Varias mujeres corrieron para traer antes á cierto peón siciliano que gozaba fama de gran curandero. Los curiosos entraban en el almacén para enterarse de la gravedad de las heridas. En medio de la calle, unas comadres hablaban á gritos contra Manos Duras y sus camaradas. Robledo volvió á emprender la marcha hacia su casa, con aire pensativo. González tenía razón: el demonio andaba suelto.

Dentro de las veinticuatro horas siguientes, las Hijas de la Salve supieron que el más moderno de sus capellanes se había marchado sin despedirse de nadie, haciendo antes renuncia de la plaza que desempeñaba. Doña Manuela y Leocadia fueron las últimas en enterarse de lo ocurrido.

A fin de que cualquiera logre enterarse algo de los objetos que la componen, de su mérito y de su rareza, acaba de publicarse, en esta ciudad de Viena, un precioso catálogo ilustrado. Como los objetos son muchos miles, no es posible que todos estén estudiados y descritos en el catálogo.

Luego había aparecido Luisita, la llamada Chichí, que le contemplaba siempre con simpática curiosidad, como si quisiera enterarse bien de cómo es un hermano malo y adorable que aparta á las mujeres decentes del camino de la virtud y vive haciendo locuras.

El furor autoritario de aquella señora tan devota y rígida de costumbres, al enterarse de que su hijo visitaba la casa azul y era amigo de una extranjera a la que no trataban las personas decentes de la ciudad y de la que sólo hablaban bien los hombres en el Casino cuando se veían libres de la protesta de sus familias. Fueron escenas borrascosísimas.

Sonrió al enterarse de que Ulises quería salir inmediatamente para Nápoles. «Hace usted bien...» El tren partía dos horas más tarde. Y lo metió en un coche de alquiler, desapareciendo con precipitación. El capitán, al quedarse solo, casi creyó que había soñado lo de los días anteriores. Volvía á ver Palermo después de una ausencia de largos años.