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Había perdido en el club cuatro mil nacionales, y se me puso que con un billete de veinte, que fuera suyo y hubiera usted tocado, haría saltar la banca... y la hice saltar, tía, asómbrese... para saltar yo, después, porque ofuscado, puse cuanto había ganado a una carta, y lo perdí... ¡Ah! tiíta, el juego es así... Aquí tiene usted mi proceso hecho; la sentencia usted la ha pronunciado: si no pago mañana los treinta mil nacionales a don Raimundo, caerá la deshonra sobre mi nombre... y deshonrado, arruinado, alejado de Susana para siempre, sin ilusiones, sin esperanzas, sin porvenir... ¿qué voy a hacer? me pregunta usted; ¡hacerme justicia, tía, y acabar!

Más tarde, y después de comer en el Club y de vestirse allí también, al teatro más de su gusto, con el billete de abono de la misma sociedad, o a los salones de su preferencia, o a lo uno y a lo otro, porque para todo daban las noches y las costumbres de su mundo.

Aquella noche, en el Club Inglés, jugando a la baraja con otras personas importantes, su excelencia dijo entre dos bazas: Tengo en mi departamento un empleado a quien le gustan las negras. Pásmense ustedes. ¡Un simple escribiente!

Antes iba todas las noches al club: ahora ya no va más. ¡He tenido que rogarle tanto para que no abandone demasiado a sus amigos por !... »He dicho mal: papá no hace sacrificios por , como yo tampoco los hago por él. Dar gusto a las personas a quienes se quiere es el mayor placer. Pero yo quisiera persuadirlo de que está en error al temer que me fastidie. Yo no me he fastidiado nunca.

Es en un baile del Club del Progreso donde pueden estudiarse por etapas treinta años de la vida social de Buenos Aires: allí han hecho sus primeras armas los que hoy son abuelos. La dorada juventud del año 52 fundó ese centro del buen tono, esencialmente criollo, que no ha tenido nunca ni la distinción aristocrática de un club inglés ni el chic de uno de los clubs de París.

En el comedor de los Extranjeros del Club Automóvil, los convidados estaban acabando de comer. Eran las diez de la noche y los jefes de comedor servían el café. Los mozos se habían retirado y en el salón contiguo estaban preparadas las cajas de cigarros para los fumadores.

Lo mismo que si en Londres estableciera la «alta sociedad inglesa, un Club con el nombre de Círculo taurófilo, o de aficionados al toreo, para que me entiendan mejor los que no tienen muy hecho el oído a estas jergas grecolatinas.

En fin, a pesar de estos inconvenientes, los galanes bailaban aquella noche en la Alegría con tanto garbo, y tal vez con más suerte, que sus patrones del Club del Progreso.

De lo que ella gustaba, era de reunir en torno suyo lo más selecto de los caballeros, y lo había conseguido. Sus salones parecían un club, que tenía a una mujer por presidenta, o regio alcázar donde figuraba ella como reina en día de besamanos.

Y el club de los reyes dijo uno que se escurrió como si hubiera dicho una imprudencia. ¿Quién ha dicho eso? exclamó el Doctrino furioso. No hagas caso: es uno de los que creen esas calumnias indicó Javier. Vamos, señores: esta noche hay gran sesión en la Fontana. Mañana me llevarás allá dijo Lázaro á su amigo con empeño. ¿Cómo mañana?