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Tiene razón Paca... Será que me voy haciendo viejoDe nuevo vagó por las calles á paso lento, bañando su frente en el frescor de la noche. Hacía ya tiempo que no se sintiera tan tranquilo y dueño de mismo. Antes de retirarse á casa quiso dar una vuelta por la tienda de Crisanto. Al llegar á las inmediaciones, en la calle de San Francisco, oyó voces desentonadas, ruido de disputa.

De pronto, un muchacho, un aprendiz, que estaba sobre una pequeña altura vigilando los alrededores, lanzó el grito de alarma: ¡Un ingeniero! Inmediatamente todos dieron un salto, buscando sus herramientas, y empezaron á simular un trabajo ardoroso, mientras el español iba avanzando entre los grupos al paso lento de su caballo.

Mientras así platicaban, dirigíanse los inseparables équites a paso lento desde las cocheras de don Rosendo, sitas en un extremo de la villa, al otro extremo de ella, atravesándola por el medio. Eran las diez de la noche; la temperatura suave, de primavera. Los pocos transeuntes que por las calles quedaban, dirigíanse a paso rápido hacia su domicilio.

Sabía que su dolencia no tenía remedio. Pero aquella vida sosegada y sin emociones, y el cuidado continuo de su hermano, alimentándolo casi a la fuerza a todas horas, como a un pájaro, había puesto un puntal a su salud ruinosa. El curso de la enfermedad era más lento: la muerte tropezaba con obstáculos. Estoy mejor, don Antolín.... Y ayer, ¿qué tal fue el día?

Porque la vanidad, el demonio de las mujeres «de mundo», la poseía de pies a cabeza; y por eso, solamente era devota y benéfica en cuanto sus actos pudieran lucir en honra y gloria de sus humos de aristócrata acaudalada, y se dejaba arrastrar sin resistirse hacia las fauces del monstruo que la fascinaba, como el borracho contumaz hacia el lento suplicio de la taberna.

Sonrojóse vivamente el duque al verse tratado de tal modo por el bufón en presencia de una tercera persona, y balbuceó algunas palabras. El bufón adelantó lento y sombrío.

Su pecho oprimido se dilató aspirando con felicidad el aire puro, que refrescó al mismo tiempo sus sienes y serenó su espíritu. Á paso lento y con la cabeza baja caminó la vuelta de su casa siguiendo la ruta de la muralla al borde de la mar para evitar la gente. Una débil esperanza lucía en la oscuridad melancólica de su pensamiento, la de encontrar á su llegada carta de Soledad.

El rio desciende lento y silencioso por en medio de florestas y viñedos extensos, y donde quiera se comienzan á ver á lo léjos, sobre las colinas rocallosas, unos cuantos de esos castillos feudales tan prodigiosamente numerosos en el Rin, algunos de gracioso aspecto y muchos de ellos románticos por sus hermosas ruinas.

Al seguir á don Juan de Guzmán y á la Dorotea, se encontró con el cocinero mayor del rey, que, pálido, lacio, mojado, á pesar del frío y de la lluvia, se dirigía en paso lento al palacio. Tras él venían dos hombres que traían harto mohínos un pesado bulto sobre dos palos, y cariacontecidos y atormentados detrás, dos soldados de la guardia española.

El era un guerrero, un capitán, y al celebrar cada chiste lento con una risa que hinchaba su robusta cerviz, creía estar en el vivac entre sus compañeros de armas.