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¿Por qué en el Coso, quebrando cañas, lidiando toros, rompiendo lanzas, cien caballeros de gran prosapia, que prez y orgullo son de Granada, deslumbradores de ricas galas, lucientes joyas, bruñidas armas, sobre fogosos potros del Atlas, que el Coso barren con sus gualdrapas, en las cuadrillas giran, se travan, como un torrente de fuego pasan junto al estrado de la acuitada, y sus preseas ante sus plantas ansiosos ponen, sin que una vaga, leve sonrisa conmueva plácida su hermosa boca, ni en dulce llama sus negros ojos lucientes ardan? ¿Por qué tal pena, desdicha tanta?

Y los vecinos de las Claverías sentían halagado su orgullo de parias cuando veían al príncipe eclesiástico arrastrar su sotana de vivos rojos por los andenes de piedra para sentarse en el cenador y charlar más de una hora con la vieja, mientras los familiares permanecían respetuosamente de pie en la puerta de la verja. A Tomasa no le enorgullecía este honor.

Aquello fue para él una revelación, antes ni en sueños presentida. El pasmo, el embeleso, la sorpresa inefable y beatífica que todo, todo, todo le causaba, inundaron mi alma de satisfacción y de orgullo. Yo fui mil y mil veces más dichosa de su dicha que de la mía.

El inglés se pasea en marcha mesurada, sin altivez pero con el aire de seguridad que tiene siempre el que puede decir; «Aquí mando yoSu rubia cabellera, sus ojos azules, su vestido holgado, libre y de una uniformidad elegante pero monótona que lo presenta como de una sola pieza; su impasible fríaldad, si es un simple negociante, ó su orgullo aristocrático, si es algún oficial de la guarnicion ó la marina británica, todo le distingue fuertemente de los demás tipos.

567 Deseaba para escaparse hacer una tentativa, pues a la infeliz cautiva naides la va a redimir, y allí tiene que sufrir el tormento mientras viva. 568 Aquella china perversa, dende el punto que llegó, crueldá y orgullo mostró porque el indio era valiente: usaba un collar de dientes de cristianos que él mató.

El Museo de los inválidos es en cierto modo la hoja de servicios de la marina británica, orgullo y gloria de los viejos marinos llenos de cicatrices.

Todo en su persona resultaba magnífico y parecía iluminar las cosas con su contacto. Tal vez su rostro estaba más exangüe y anguloso, pero Miguel se imaginó que irradiaba cierto esplendor interno, compuesto de satisfacción y de orgullo. Una especie de máscara impalpable, de envoltura astral, le hermoseaba, dándole una segunda fisonomía, apolónica y triunfadora. Se cruzaron sin saludarse.

El universo no se ha calcado sobre nuestra experiencia, sino que nuestra experiencia ha dimanado de él: decir que no hay ni puede haber nada sino lo que la misma nos atestigua, es hacer á nuestro yo el tipo del universo, es afirmar que sus leyes están radicadas en nosotros y son emanaciones de nuestro ser: orgullo necio para ese átomo imperceptible que se presenta por algunos instantes en el inmenso teatro de la naturaleza y luego desaparece; orgullo necio, para ese espíritu que á pesar del grandor de su capacidad, siente su impotencia para sustraerse á esas leyes, á esos fenómenos, que segun la monstruosa suposicion, debieran ser obra de él mismo.

En el día de hoy estoy ya desesperado. Reconozco que todo fue vana ilusión de mi orgullo. Ignoro si es culpa mía o de mis hados adversos.

Esta serenidad de Inés hubiera podido pasar por orgullo si no estuviese suavizada por una mansedumbre angelical; tal vez se hubiera confundido con la necia apatía, si en la luz de sus pupilas, claras y profundas a la vez, no destellase la inteligencia.