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Después, como mi amo, impulsado por su gran curiosidad, le pidiese noticias, ella le dijo: «Lo principal es que todos los marinos de aquí están muy descontentos del almirante francés, que ha probado su ineptitud en el viaje a la Martinica y en el combate de Finisterre.

Se cree que el combate es inevitable, y la mayor parte de los navíos tienen falta de artilleros. ¡Jesús, María y José! exclamó Doña Francisca más muerta que viva . ¿También a usted se le llevan? Pues me gusta. Pero usted es de tierra, amiguito. Dígales usted que se entiendan ellos; que si no tienen gente, que la busquen. Pues a fe que es bonita la broma.

Entonces pude observar cómo se individualiza un ejército, cómo se hace de tantos uno solo, resumiendo de un modo milagroso los sentimientos lo mismo que se resume la fuerza; pude observar cómo aquella gran masa recibe y transmite las impresiones del combate con la presteza y uniformidad de un solo sistema nervioso; cómo todos los movimientos del organismo físico, desde la mano del General en Jefe hasta el casco del último caballo, obedecen a la alegría de un momento, a la pena de otro momento, a las angustiosas alternativas que en el discurso de pocas horas consiente y dispone Dios, espectador no indiferente de estas barbaridades de los hombres.

Sin negar el mérito de Gravina, yo creo hiperbólicas las alabanzas de que fue objeto después del combate y en los días de su muerte . Todo indicaba que Gravina era un cumplido caballero y un valiente marino; pero quizás por demasiado cortesano carecía de aquella resolución que da el constante hábito de la guerra, y también de la superioridad que en carreras tan difíciles como la de la Marina se alcanza sólo en el cultivo asiduo de las ciencias que la constituyen.

Entonces la viajera sintió frío glacial, extraordinaria fatiga y una modorra que no pudo vencer evocando los recuerdos del épico combate. En su letargo, creyó sentir los lamentos de los heridos, mezclados con horrorosas imprecaciones.

Y diciendo y haciendo, interpuesta siempre entre su madre y el mozo, recelosa de que se empeñasen en un combate tragicómico, fue empujando con suavidad a Antoñuelo hasta la puerta de la calle. Ella misma levantó el picaporte, abrió la puerta y echó de su casa al amigo de toda la vida.

En el colegio se murmuró como cosa cierta que D. León iba a ser nombrado Capitán general de Madrid; pero aunque mucho leímos y releímos los periódicos en los días siguientes, nunca pudimos tropezar con el nombre del general. Llegó un instante en que creímos que había perecido en el combate, si bien no comprendíamos cómo no se hablaba más de esta desgracia.

»Ante el cadáver del malogrado Churruca, los ingleses, que le conocían por la fama de su valor y entendimiento, mostraron gran pena, y uno de ellos dijo esto o cosa parecida: «Varones ilustres como éste, no debían estar expuestos a los azares de un combate, y conservados para los progresos de la ciencia de la navegación». Luego dispusieron que las exequias se hicieran formando la tropa y marinería inglesa al lado de la española, y en todos sus actos se mostraron caballeros, magnánimos y generosos.

Terrible es el combate, que suscitan en el pecho de Rodrigo tan opuestos deberes: por una parte, su palabra de caballero, dada á la Duquesa; por otra, la deuda contraída con su adversario, dos veces salvador de su vida; la amistad que los une, y el amor apasionado que profesa á su hermana.

En los periódicos y partes oficiales dejó de citarse el batallón a que pertenecía Pepe, porque se ignoraba el paradero de aquél y de otros cuerpos, sabiéndose únicamente que estaba verificando una marcha penosa y arriesgada, que terminaría en un combate, cuyo objeto sólo conocía el general en jefe. Cinco días duró aquella incertidumbre. Entonces apreció Paz lo que quería a Pepe.