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El tono épico domina en todas ellas, y el autor no muestra gran diligencia en ajustarlo á la índole dramática de la composición. Los sucesos, en no interrumpida serie, siguen en todo el orden de los cantos populares.

El mismo Schiller lo descubre con admirable claridad en otra de sus cartas: «La misión del poeta épico es hacer que aparezca toda entera la íntima verdad del asunto: no pinta más que la existencia tranquila de las cosas y el efecto que naturalmente producen: aquí por qué, en vez de correr impacientemente hacia el término de la narración, nos place detenernos á cada instante con él». Dejemos, pues, al novelista la libertad de pararse donde lo tenga á bien, como el poeta épico: si siente amor á la claridad y á la medida, clara y armónica será su obra, aunque se distraiga á menudo.

Entonces la viajera sintió frío glacial, extraordinaria fatiga y una modorra que no pudo vencer evocando los recuerdos del épico combate. En su letargo, creyó sentir los lamentos de los heridos, mezclados con horrorosas imprecaciones.

Sabe pulsar la cítara en arpegios bullentes, como del champagne rubios los topacios hirvientes, cuando su pecho embriaga la dicha del vivir. Suspiran sus cantares las campiñas de flores, las brisas de la sierra, los alegres rumores del bosque tropical; la lluvia que desciende en perlas diminutas, los oros del crepúsculo, las sombras de las grutas y el épico tumulto del fiero vendaval.

Así lo pensaba yo al ver al actual pueblo saguntino subir desde la villa á la ciudadela. A la verdad, estas consideraciones históricas eran muy adecuado prólogo al épico suceso que aguardábamos.

Su fundación, perdida en la noche de la fábula como todo lo épico, es para unos obra de Hércules, para otros se remonta á la fuente de los días auténticos; al pueblo judío. Y lo mismo que la religión y el paganismo se la disputan, ved cómo luchan después todos los invasores de España por engrandecerla.....

Hoy le cultiva de frente, y hay trozos en su libro, como el de la lucha de los dos pueblos rivales, o el de la entrada del ganado en las mieses, que parece que están reclamando el antiguo y largo metro épico, solemne y familiar a la vez.

La novela participa, como ya he dicho, de la naturaleza del drama y de la de la epopeya, pero más, á mi juicio, de la última. Ahora bien, ¿cuál es este objeto absoluto y estético que el poeta épico y el novelista persiguen?

Creía haber encontrado una frase: «¡Pero eso es un cómico!». El Magistral no era cómico, ni trágico, ni épico. «No le gustaba sacar el Cristo». En general prescindía en sus sermones de la epopeya cristiana y pocas veces predicó en la Semana de Pasión. «Rehuía los lugares comunes», según don Saturnino Bermúdez.

Presúmese que luego renunció La Cueva á la poesía dramática, ó por lo menos no se hace mención de él entre los poetas dramáticos, que rivalizaron con Lope de Vega. La última obra importante, que escribió, fué un poema épico sobre la conquista de la Bética por San Fernando.