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Viéndolos estoy, decian ámbos juntos; contemplad como se cargan, como se baxan y se alzan. Así decian, y les temblaban las manos de gozo de ver objetos tan nuevos, y de temor de perderlos de vista. Pasando el Saturnino de un extremo de confianza al opuesto de credulidad, se figuró que los estaba viendo ocupados en la propagacion.

Cada vez que algún Ayuntamiento radical emprendía o proyectaba siquiera el derribo de algunas ruinas o la expropiación de algún solar por utilidad pública, don Saturnino ponía el grito en el cielo y publicaba en El Lábaro, el órgano de los ultramontanos de Vetusta, largos artículos que nadie leía, y que el alcalde no hubiera entendido, de haberlos leído; en ellos ponía por las nubes el mérito arqueológico de cada tabique, y si se trataba de una pared maestra demostraba que era todo un monumento.

No cabe duda que el señor don Saturnino, siquiera fuese por bien del arte, mentía no poco, y abusaba de lo románico y de lo mudéjar. Para él todo era mudéjar o si no románico, y más de una vez hizo remontarse a los tiempos de Fruela los fundamentos de una pared fabricada por algún modesto cantero, vivo todavía.

D. Saturnino Sarasa, se dijo: Que se conforma igualmente con el voto del Sr. D. Cornelio Saavedra, y que el caballero Síndico Procurador general tenga voto decisivo. Por el Sr. D. Fernando Diaz, se dijo: Que reproducia el voto del Sr. D. Cornelio Saavedra en todas sus partes. Por el Sr. Dr. Estevan Hernandez, se dijo: Que en todas sus partes reproducia el voto del Sr.

Cuando Saturnino volvió en , la de Vegallana tenía los ojos cerrados y sólo los abría de tarde en tarde para mirar a la Regenta y a Mesía. ¡El idilio senil con que soñó un instante Bermúdez se había deshecho... y eso que él ya se había acordado de Ninon de Lenclós para justificar a los ojos del mundo unas relaciones con doña Rufina!

Pues era don Saturnino Bermúdez, doctor en teología, en ambos derechos, civil y canónico, licenciado en filosofía y letras y bachiller en ciencias: el autor ni más ni menos, de Vetusta Romana, Vetusta Goda, Vetusta Feudal, Vetusta Cristiana, y Vetusta Transformada, a tomo por Vetusta. Era él, que salía disfrazado de capa y sombrero flexible.

Era el enemigo natural de D. Saturnino Bermúdez en materia de monumentos históricos y ornato público. Todo lo quería alineado. Soñaba con las calles de Nueva York que nunca había visto y si le sacaban este argumento: «Pero la nobleza se opone por su propia esencia a esas igualdades». Así lo hace América, que nos lleva una gran ventaja».

El Magistral le siguió, para ocultar su deseo de llegar al Espolón cuanto antes. Eran ellos, en efecto. En medio de la capilla, don Saturnino sudando copiosamente, cubierta la levita de telarañas y manchas de cal, rojo el rostro, cárdenas las orejas, arengaba a su auditorio, con un brazo extendido en dirección de la bóveda.

Más bien que la de Milo la de Médicis rectificaba el joven y ya sabio Saturnino Bermúdez, que sabía lo que quería decir, o poco menos. ¡Es un Fidias! exclamaba el marqués de Vegallana, que había viajado y recordaba que se decía: «un Zurbarán», «un Murillo», etc., etc., tratándose de cuadros. Y Bermúdez se atrevía a rectificar también: En mi opinión más parece de Praxíteles.

El que no esperaba nada, el que estaba desengañado, triste hasta la muerte, era don Saturnino Bermúdez. «¡Así eran las mujeres! ¡así era singularmente aquella mujer! ¿Para qué amarlas? ¿Para qué perseguir el ideal del amor? O, mejor dicho, ¿para qué amar a las mujeres vivas, de carne y hueso?