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«La constancia es el recurso de los feos dice la célebre Ninón de Lenclos en sus lindas cartas al marqués de Sevigné; las personas de mérito, que saben que por donde quiera han de encontrar ojos que se prenden de ellas, no se curan de conservar la prenda conquistada; los feos, los necios, los que viven seguros de que difícilmente podrán encontrar quien llene el vacío de su corazón, se adhieren al amor que una vez por acaso encontraron, como las ostras a las peñas que en el mar las sostienen y alimentan.

No le hubiera hecho gracia a Emma oír que se la comparaba con damas parturientas de sesenta años, y que se citaba, como ejemplo de belleza conservada milagrosamente, a Ninon de Lenclos, de quien nunca había oído ni el nombre la señorita de Silva. ¡Lo que sabía aquella Marta, que fue la que llevó la conversación de la tocología a la estética, para poder ella lucir sus conocimientos sin menoscabo de su decoro y prerrogativas de virgen pudorosa e ignorante en obstetricia!

¿Y cuándo? dijo con ansia el Vizconde. Dentro de doce días, el 20 de este mes contestó ella , hasta entonces ni nos hablaremos ni nos veremos. ¿Y por qué tan largo plazo? exclamó él. Porque quiero dijo ella imitar con usted lo que hizo Ninon de Lenclos con el abate Gedoyn. ¿Y qué hizo Ninon con el abate? Aguardó para hacerle dichoso y le hizo dichoso el día de su cumpleaños.

LA CHOUTE. ¡...! ¡Lo tuve...! ¿Qué quieres...? ¡Comprendía claramente que en él no llegaría a ser nada...! No me gustaba el oficio, ni los compañeros; no se puede tomar mas que dos partidos: trabajar o prostituirse. A no me gusta trabajar y soy demasiado burguesa para dedicarme a cortesana. ¡Por eso me he lanzado al comercio...! BEAUVALLON. ¡Y has entrado en casa de la Ninon de Lenclos...!

Aparece una dama muy elegante y bastante linda, con un rostro armónico, un poco cansado; es de las que adelgazan con la edad. LA DAMA. ¿La señora Ninon de Lenclos...? LA CHOUTE. ¡Yo soy, señora...! LA DAMA. ¡Bah! ¡Lo más, veinticinco años...! LA CHOUTE. ¡Muchas gracias...! ¡Tengo cincuenta y cinco! LA DAMA. ¡Pues se conserva usted admirablemente!

Cuando Saturnino volvió en , la de Vegallana tenía los ojos cerrados y sólo los abría de tarde en tarde para mirar a la Regenta y a Mesía. ¡El idilio senil con que soñó un instante Bermúdez se había deshecho... y eso que él ya se había acordado de Ninon de Lenclós para justificar a los ojos del mundo unas relaciones con doña Rufina!

Acepté el trato; en ocho días, el viejo alquiló una tienda ésta , instaló el almacén y principió una propaganda de todos los diablos. Habrás visto en todos los periódicos unos carteles enormes anunciando que Ninon de Lenclos rejuvenecía a todas las viejas.

La señora Lenclos posee un Instituto de Belleza en una tiendecita muy blanca situada en un entresuelo de la calle de Galileo. Un amplio escaparate y una puerta exigua.

LA CHOUTE. ¡Mejor todavía...! ¡La señora de Lenclos soy yo...! LA CHOUTE. ¡Cuando yo te lo digo...! ¡Pero procura callártelo, porque me arruinarías...! BEAUVALLON. ¡Vaya una historia...! LA CHOUTE. ¡Es un cuento de hadas, amigo mío!

En el escaparate, unos bustos de damas, hechos en cera, ofrecen un espectáculo horripilante; porque las damas están divididas en dos partes; la parte de la derecha muestra la vejez con todo su horror: arrugas, bolsas bajo los párpados, pellejos flotantes en la barbilla, tendones en el cuello, amarillez de la epidermis, cabellos blancos y pelos en la nariz y en las orejas. ¡Es la mujer antes del tratamiento de la Lenclos...! La parte izquierda es fresca, juvenil y apetitosa... ¡Nada de bolsas, sino cabellos de un rubio veneciano...! ¡Labios arqueados...! ¡Mejillas carnosas...! Sin embargo, estas cabezas causan la impresión de pertenecer a las malas pagadoras, que no saldaron el precio convenido de antemano y a las que dejaron a la mitad de su rejuvenecimiento.