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Intentaba vencer la resistencia de Ojeda con los recuerdos de aquella capital, en la que había transcurrido lo mejor de su vida. Ella no conocía París. Su padre se había negado siempre a llevar su familia a esta ciudad. Se enfurecía el señor Kasper, como un profeta bíblico, al hablar de la moderna Babilonia, urbe corrompida, inventora de malas costumbres... ¡Ay, Berlín!

¡Oh!... ¡si habrá arenas en todita la mar y sus arenales! repitió Mauricia con voz patética. Pues aunque los pecados de una sean más que las arenas, Dios los perdona cuando una se arrepiente de verdad. ¿Y crees que una idea, pongo por caso, es también pecado? Según y conforme. Pero no tienes malas ideas. Estate tranquila.

¿Y en qué se diferencian los servantes de los domestiques? pregunta Paulita. Juanito no se queda corto. Domestiques, los que están domesticados: ¿no ha observado usted como algunos tenían aire de salvajes? Esos son los servantes. ¡Es verdad! añade doña Victorina; algunos tenían muy malas maneras... y yo que creía que en Europa todos eran finos y... pero, como pasa en Francia... ¡ya lo veo!

-Mas que la diga vuestra excelencia -dijo Rodríguez-, que Dios sabe la verdad de todo, y buenas o malas, barbadas o lampiñas que seamos las dueñas, también nos parió nuestra madre como a las otras mujeres; y, pues Dios nos echó en el mundo,

A los diez y nueve años, las malas compañías dieron ya carácter grave a sus diabluras; desaparecía de la casa por dos o tres días, se embriagaba, se quedó en los huesos. Uno de los principales cuidados de las dos madres era esconder en las entrañas de la tierra la poca moneda que tenían, porque con él no había dinero seguro.

Por sorprendente que parezca la noticia, la acuidad del sentido del olfato es notable en las cigarreras: diríase que la nicotina, lejos de embotarles la pituitaria, les aguza los nervios olfativos, hasta el extremo de que si entra alguien en la fábrica fumando, se digan unas a otras con repugnancia: «¡Puf, huele a hombre!». Así es que Amparo solía apartarse de Chinto aunque sea inverosímil repelida por el olor de las malas colillas que chupaba en secreto; pero lo que a la sazón percibía era peor que el tabaco; así es que pegó un salto.

Pero ¡qué pena le daba el haberle descubierto! ¡De qué buena gana hubiera lanzado en medio de la tertulia el enigma de sus mortificaciones para que se le devolvieran aquellos amigos resuelto y aclarado en el acto: por caridad, si a las buenas se prestaban, o por deber, si le obligaban a usar de su derecho por las malas!

No había tomado medidas sobre aquella casa, ni reconocido sus linderos Cervantes, que esta es cosa de ladrones o de alguaciles, o tal vez de amantes desdeñados que de malas trazas se amparan para el mal logro de sus deshonestos deseos, y hacen y obran como si ladrones o alguaciles fuesen; pero fuese que nuestro Miguel, por enamorado, por un secreto instinto y por algunas señales, no dudosas, de favor que doña Guiomar le había dejado ver las pocas veces que por un momento se habían visto, y además, por la buena fortuna que con las mujeres hasta entonces había alcanzado, no hubiese temido desdenes, y en reconocimientos de lugares flacos por donde entrar, como por asalto y sorpresa, en la casa de la señora de su alma, ni aun había pensado.

En torno del coronel, las gentes parecían afligirse un instante leyendo las malas noticias. Luego, los más, entraban en las salas de juego.

Ello fue que de Cabruñana, concejo de la marina donde los Valcárcel tenían algunas caserías, procedentes de bienes nacionales, llegaron malas noticias respecto de cierto mayordomo de segundo orden, que allí hacía mangas y capirotes de las rentas de Emma, perdonando anualidades atrasadas, o por lo menos aplazando el cobro indefinidamente, colocando por su cuenta a réditos el dinero cobrado; en suma, explotando en provecho propio los bienes de sus amos.