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De cuando en cuando veíase pasar algún anciano o algún enfermo que paseaban, a quienes la primavera rejuvenecía o devolvía la salud, respectivamente; y en los puntos más abiertos al viento, grupos de niños soltaban cometas con largas colas temblorosas y las contemplaban casi perdidos de vista, fijos sobre el azul del cielo semejantes a blancos blasones salpicados de puntos de colores vivos.

Acepté el trato; en ocho días, el viejo alquiló una tienda ésta , instaló el almacén y principió una propaganda de todos los diablos. Habrás visto en todos los periódicos unos carteles enormes anunciando que Ninon de Lenclos rejuvenecía a todas las viejas.

Parecía que en el recinto de nuestro viejo castillo de familia, se hallaba bajo el peso de algún encanto fatal: apenas se encontraba fuera, veía despejarse su frente y dilatarse su pecho: se rejuvenecía. ¡Vamos, Máximo! exclamaba ¡galopemos un poco!

Cuando empezó el renacimiento de los pueblos europeos, un mito extraño se propagó entre los hombres. Se contaba que lejos, muy lejos, más allá de los límites del mundo conocido, existía una fuente maravillosa, que reunía las virtudes de todas las demás fuentes; no sólo curaba los males sino que rejuvenecía y daba la inmortalidad.

Hoy es uno de los días en que le he sentido más que nunca, y me he encontrado bañada en llanto, sin darme cuenta de ello, mientras paseaba; parecía que mi vida se rejuvenecía, que mi alma tomaba cuerpo y se disponía a presentarse a mi creador, a mi juez... ¡Ay de !; ¡que su juicio, próximo a emitirse, sea indulgente!

Además a él también le rejuvenecía aquella situación de amor platónico, de intimidad dulcísima en que sólo él hablaba de amor con la boca y ambos con los ojos, la sonrisa y todo lo demás que era mudo y no era deshonesto y grosero». «Así como así el verano siempre le tenía un poco lánguido y desmadejado.

Otras veces abundaban las damas elegantes: ocupaba el bridge todas las mesas; el aire marino perdía sus sales bajo una oleada de perfumes caros, y el buque se rejuvenecía con los trajes vistosos que se arremolinaban en sus cubiertas, las guirnaldas tendidas en los salones y los polvos de arroz que se llevaba el viento.

El señor D'Orsel nos trataba a todos como a niños, incluyendo a su hija mayor, a la cual rejuvenecía por un cálculo de ternura complaciéndose en aplicarle nombres que recordaban el convento. La entrada del señor De Nièvres fue más fría y la vista de aquel cuatuor íntimo pareció causarle un efecto muy opuesto. No si fue realidad o aprensión, pero me pareció hallarle fatuo, seco, hiriente. Su conversación me desagradó. Con la corbata un poco alta, su vestido irreprochable, con un aire especial de hombre en traje de etiqueta que acaba de ofrecer una fiesta y se siente dueño de su casa, se parecía poco al cazador amable y sencillo que había sido mi huésped en Trembles; pareciome también que Magdalena, con el deslumbrante broche que llevaba sobre el pecho, con la cabellera salpicada de diamantes, no se asemejaba a la modesta e intrépida andarina, que un mes antes nos seguía recibiendo la lluvia y caminando con los pies metidos en el mar. ¿Se trataba de una simple diferencia de indumento o era aquello más bien un verdadero cambio de las almas?

Doña Brígida, a pesar de que le debían importantes sumas, alababa el buen humor y belleza juvenil de sus parroquianas y declaraba que la vista de estas señoritas la rejuvenecía, pero se sospechaba de ella que favoreciese sin escrúpulos las clandestinas incursiones que aquellas hacían.

El sentimiento de los celos, la amargura de no haber sido el primero y el único, rejuvenecía la pasión del marino, alejando el cansancio de la hartura, dando á las caricias de ella el sabor acre, desesperado y atrayente al mismo tiempo de una forzosa confraternidad con ignorados antecesores.