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Se citaba mucho por los dos lados el Don Juan Tenorio de Zorrilla y los artículos del Curioso parlante. Esta competencia gramatical traía consigo al menos una ventaja; la de hacer que algunas personas que no la habían saludado se dedicasen con ahinco a aprenderla.

Y el viejo, que lo citaba como modelo á los otros arrendatarios, cuando estaba frente á él extremaba su crueldad, se mostraba más exigente, excitado por la mansedumbre del labrador, contento de encontrar un hombre en el que podía saciar sin miedo sus instintos de opresión y de rapiña. Aumentó, por fin, el precio del arrendamiento de las tierras.

El Nacional, con los palos en la mano, citaba al toro en el centro de la plaza. Nada de graciosos movimientos ni de arrogantes audacias. «Cuestión de ganarse el panAllá en Sevilla había cuatro pequeños que si moría él no encontrarían otro padre. Cumplir con el deber y nada más: clavar sus banderillas como un jornalero de la tauromaquia, sin desear ovaciones y evitando silbidos.

El juez me citaba a las nueve de la mañana para ver el estado de mis heridas, y me amenazaba, en caso de que yo no acudiese a la cita, con una multa, con la prisión o con el castigo «a que hubiese lugar»... Yo soy un trasnochador impenitente.

Y sin ir más lejos, citaba a la de Fulano y a la de Mengano, que se habían descolgado con una criatura después de años y años de esterilidad, en rigor aparente. «¡Oh, los misterios de la naturaleza!».

Primero le habían apodado Schopenhauer, por la frecuencia con que citaba a su filósofo favorito; después Nietzsche; pero estos nombres eran de difícil pronunciación, y una noche que Maltrana, aislado de la realidad, osó recitar en griego algunas docenas de versos de la Ilíada, acordaron todos llamarle Homero para siempre.

»Ahora, bien, en pocas horas supe que Gilberta M... era una coqueta empedernida, muy experta en audaces amoríos... Se citaba el número de sus adoradores, casi igual al de sus trajes... Se me dijo que aquella joven tan perfecta, era tan desagradable en el interior de su casa, como encantadora fuera... Supe que era incapaz de coger una aguja, pero que, en cambio, sobresalía en el piano, en el tennis y en el croquet, que nadie montaba en bicicleta como ella y que no tenía rival en la gabota...

Procuraba conservar la neutralidad, pero se echaba de ver que D. Peregrín llevaba la peor parte. Explicábale éste, con el tono de suficiencia que le caracterizaba, algunos pormenores interesantes de la industria pirotécnica y citaba algunos fuegos que había visto, en su época de covachuelista, verdaderamente asombrosos.

Aseguraba con formalidad que el mejor adorno de los jardines y salones no eran las flores, sino las plantas y los arbustos. Citaba y describía con frase pintoresca los que estaban á la moda por aquel tiempo en los saraos de la corte, tales como las begonias, marantos, bambús de la India, pándanos de Java, latanieros, etc., etc.

Días después leyó un decreto; otro día leyó tres, y así sucesivamente, hasta que acabó por leerse todo el periódico y por despertar su antigua afición á lo negro, contribuyendo no poco á ello los comentarios políticos que dió en hacerle el cirujano, que recibía otro periódico, sobre los decretos que el primero le citaba casi de memoria.