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Ronzal, Trabuco, que admiró aquel sermón, dos meses después sacaba partido de las citas de Glocester en las discusiones del Casino, y decía: «Señores, lo que sostengo aquí y en todos los terrenos, es que si proclamamos la libertad de cultos y el matrimonio civil, pronto volveremos a la idolatría, y seremos como los antiguos egipcios, adoradores de Isis y Busilis; una gata y un perro según creo».

El Renacimiento fundado en el estudio de la antigüedad, fue revolución provechosísima al arte, porque le enseñó a amar la belleza sin cuidarse de su origen: pero haciendo que prevaleciese la fantasía sobre la piedad, le robó en general y en particular a la pintura ese algo misterioso e ingenuo independiente de toda condición externa que seduce y cautiva aun a los adoradores de la forma.

»Ahora, bien, en pocas horas supe que Gilberta M... era una coqueta empedernida, muy experta en audaces amoríos... Se citaba el número de sus adoradores, casi igual al de sus trajes... Se me dijo que aquella joven tan perfecta, era tan desagradable en el interior de su casa, como encantadora fuera... Supe que era incapaz de coger una aguja, pero que, en cambio, sobresalía en el piano, en el tennis y en el croquet, que nadie montaba en bicicleta como ella y que no tenía rival en la gabota...

Ante la idea del deber no hay más que una alcurnia; la alcurnia de lo bueno, de lo discreto, de lo justo, y ante esa alcurnia de la conciencia universal, nadie es personaje para dar banquetes extravagantes y risibles, haciendo gala de un orgullo tonto. ¡Gasta su dinero! ¡Su dinero es suyo! Esto responden siempre los adoradores del señorío feudal. ¡Argumentacion peregrina!

Lo que decís repuso el general son doctrinas del odioso justo medio, que es el que más nos ha perdido con sus opiniones vergonzantes y sus terminachos curruscantes, como dice el pueblo, que habla con mejor sentido que los ilustrados secuaces del modernismo; hipocritones con buena corteza y mala pulpa; adoradores del Ser Supremo, que no creen en Jesucristo.

Entre los varios adoradores y solicitantes que su mano tuvo, y que entraban y caían de su gracia alternativa y rápidamente, llegó uno que logró fijar algo más su atención. Llamábase Tomás Osorio. Era un joven de veintiocho a treinta años de edad, rico, exiguo y delicado de figura, de rostro agraciado y genio vivo y resuelto.

»Despues de terminada nuestra obra, vengan en buen hora á disputarnos los adoradores del hijo de María el predominio sobre el Occidente.

Las confidencias de la hermosa dama se prolongaron largo rato. Recordaba sus tiempos de niña, cuando contaba a su madrastra las declaraciones de amor que le habían hecho en el baile de la noche anterior y le leía los billetitos que le remitían sus adoradores. Aquel retorno a los tiempos pasados la hacía feliz.

, pero por especial merced, pues en virtud de pedírselo yo en tu nombre va a sacrificar a uno de sus adoradores, me parece que a mi amigo Felipe Auvray, y tengo el número cinco. ¡El número cinco! dijo Magdalena. Y después de meditar un momento, añadió: ¡Así, bailarás un vals! Puede ser contestó Amaury en tono indiferente.

Pero mientras ella mira en tu corriente, que resplandece y tiembla, ¿por qué el más hermoso de todos ríos recuerda a uno de sus adoradores? Es porque en su corazón como en tu onda, su imagen está profundamente grabada; en su corazón que tiembla bajo el brillo de sus ojos que buscan el alma!