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»Ahora, bien, en pocas horas supe que Gilberta M... era una coqueta empedernida, muy experta en audaces amoríos... Se citaba el número de sus adoradores, casi igual al de sus trajes... Se me dijo que aquella joven tan perfecta, era tan desagradable en el interior de su casa, como encantadora fuera... Supe que era incapaz de coger una aguja, pero que, en cambio, sobresalía en el piano, en el tennis y en el croquet, que nadie montaba en bicicleta como ella y que no tenía rival en la gabota...

La existencia de esta empedernida obstinación en el pecado con la firme confianza en la misericordia divina, repugna, sin duda, á nuestras ideas actuales; pero hoy mismo no es rara en los pueblos católicos de la Europa meridional. Los dos criminales unidos prosiguen su sanguinaria carrera, y roban y asesinan á cuantos caen en sus manos.

Créese, con razón, que nada hay tan horrible como sondear la conciencia de un pecador endurecido en el trance de la muerte; supónense tras aquel rostro lívido y desencajado luchas aterradoras que sostienen el imperio del mal y la moción del bien, fantasmas pavorosos que se levantan en la conciencia, combates encarnizados que traban en torno de aquella alma empedernida el ángel del arrepentimiento y el demonio de la impenitencia.

Y yo sabía que «estar sola» quería decir entonces que se quitara de allí Guzmán; y sabía lo que dolía eso, porque lo había padecido yo pocas horas antes; y por saberlo, me complacía, me gozaba en las torturas de él; porque yo no podía dudar, ni toda su fortaleza alcanzaba a disimularlo, que las repugnancias de Luz le estaban hiriendo en lo más vivo, en lo único sensible que le quedaba bajo su corteza mundana y empedernida.

Le digo a usted que, a veces, extendiendo la mirada sobre mis vecinos de mesa, cuyos dramas privativos se me presentan al pronto con escénica plasticidad, y elevándome a seguida, y como que a pesar mío, a contemplarlos filosóficamente, sub specie aeterni, como sombras inconsistentes y efímeras, me acomete un escalofrío patético, me dan ganas de llorar y soy capaz de tragarme, sin parar atención y como si fuese un plato de natillas, la empedernida chuleta que me han servido.

La cabezuela blanda, cubierta de lanúgine rubia y suave por cima de las costras de la leche, tenía el olor especial que se nota en los nidos de paloma, donde hay pichones implumes todavía; y las manitas, cuyo pellejo rellenaba ya suave grasa, y cuyos dedos se redondeaban como los del niño Dios cuando bendice; la faz, esculpida en cera color rosa; la boca, desdentada y húmeda como coral pálido recién salido del mar; los piececillos, encendidos por el talón a fuerza de agitarse en gracioso pataleo, eran otras tantas menudencias provocadoras de ese sentimiento mixto que despiertan los niños muy pequeños hasta en el alma más empedernida: sentimiento complejo y humorístico, en que entra la compasión, la abnegación, un poco de respeto y un mucho de dulce burla, sin hiel de sátira.

Otro día se encargó de tomar un décimo para el próximo sorteo; la vieja, por tranquilizar su conciencia de empedernida jugadora, le dijo que si «le caía» partirían como buenos amigos.

Era ésta una mujer alta, huesosa, de dura y vieja fisonomía, coronada por abundante masa de negrísima cabellera. Aristócrata y célibe empedernida, en cuanto él cumplió la mayor edad, profesó ella en la orden de las ursulinas. No sin decirle antes, sintetizando su obra educativa: Por tu nombre y antepasados, eres el primer noble, el primer grande de nuestra siempre noble y grande España.

Tiene la oreja empedernida y algo vidriosa; este viso cárdeno es mayor por detrás de la misma oreja, y se va extendiendo, aunque más apagado, por entre un cabello claro y flojo, como si aquella carne que se desorganiza no tuviese vigor para sujetar la cabellera. Mi mujer se cubrió los ojos, y exclamó aterrada: no quiero ver más, no puedo estar aquí, y salió precipitadamente de la galería.