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Exploraba el guía el matorral de cruces, deletreando nombres, permaneciendo indeciso ante los rótulos borrosos. René efectuaba el mismo trabajo por otro lado. Chichí avanzó sola, de tumba en tumba. El viento hacía revolotear sus velos negros. Los rizos se escapaban de su sombrero de luto cada vez que inclinaba la cabeza ante una inscripción, pugnando por descifrarla.

Entró en una corta avenida formada por una doble hilera de verjas de jardín. Las casas sólo se dejaban ver á través de columnatas de palmeras y del follaje duro de los grandes magnolieros. Iba leyendo los nombres de los propiedades en pequeñas lápidas de mármol rojo fijas en las entradas de las verjas. «Villa-Rosa»: aquí era.

Leía con avidez el relato de las recepciones palaciegas, conocía la etiqueta tan bien como un gentilhombre de cámara, cómo se saludaba a los reyes, cómo se les besaba la mano, cuándo se había de hablar en su presencia, cómo había que retirarse. Sabía los nombres y la biografía de cada uno de los miembros de la real familia y también los de los nobles más caracterizados de la corte.

La expansión, dulcemente truhanesca, que le llamaba con los vulgares nombres de petit coco ó mon gros cheri, hacíale sonreír juvenilmente bajo su barba venerable. Era una pasión que alegraba el ocaso de su vida, que resucitaba su alma casi en las puertas de la vejez.

Por lo visto contestó Leoville si eres la reina del baile, ella es la virreina y yo he llegado tarde; me ha enseñado su carnet tan atestado de nombres que ya no había manera de añadir allí ninguno. ¿Es decir que no hay medio posible? repuso Magdalena con viveza.

Con los nombres anteriores los tagalog tenían la base para la numeración decenal. Del mismo modo que para nombrar 7, 8, 9, se sobreentendía diez al decir, menos tres dos ó uno, así también, para decir 11 á 19 se decía más uno, más dos, etc., etc., sin decir diez.

Se dice añadió el narrador , que el duque... pues... su excelencia... no hay que citar nombres, tiene en su casa como preso al herido. ¡En su casa! Como que le hirieron junto al postigo de su casa. ¿Y no se sabe quién le hirió? Todavía no. Pero nadie hay preso ni mandado prender... De modo que... ¿qué más prueba queréis de que estas estocadas han venido de lo alto? Esto es grave dijo uno.

Leedme, leedme esa carta, padre Aliaga, y veamos esa historia. El padre Aliaga leyó la carta de la cruz á la fecha. Esa carta es una buena historia dijo el rey ; pero en esa historia faltan los nombres de los padres; nada hacemos con eso. Los padres, señor, son, según dice Francisco Montiño, el duque de Osuna. ¡Oh! ¡mi altivo Girón! ¿y ella?

Nosotros íbamos a embarcarnos, pero el señor nos dijo: Vosotros quedaos ahí. El señor se puso al timón, el hombre izó la vela, y la lancha comenzó a marchar rápidamente hacia Frayburu. Una hora después volvían, trayendo a Zelayeta. El viejo nos preguntó nuestros nombres, y cuando yo le dije el mío se quedó mirándome fijamente.

«Las loas fueron inventadas Para loar y eternizar los nombres, Para hacer inmortales á las famas, Para animar los hombres que emprendiesen Cosas altas, empresas memorables, Y en comedias antiguas y modernas Para tener propicios los oyentes, Para alabar sus ánimos hidalgos Y para engrandecerles sus ingenios