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Nadie te apura; gozarás más confundiendo voluptuosamente tus ojos en sus líneas y color, que en la frenética y bulliciosa carrera que te impone el guía de una sala a otra. El catálogo en la mano, pero cerrado; camina lentamente por el centro de los salones: de pronto una cara angélica te sonríe.

Aquí se conservó y purificó durante siglos. Lo mejor fue recogiéndolo Toledo, y de los libros de esta catedral han salido los corales de todas las iglesias de España y las Américas. ¡Pobre canto llano! Hace tiempo que ha muerto. Ya lo ve usted, Gabriel: ¿quién viene a la catedral a las horas del coro? Nadie, absolutamente.

Adela se arrodilló, cruzados los brazos sobre las rodillas de Ana; y Ana hizo como que le vendaba los labios con una cinta azul, y le dijo al oído, como quien ciñe un escudo o ampara de un golpe, estas palabras: Una niña honesta no deja conocer que le gusta un calavera, hasta que no haya recibido de él tantas muestras de respeto, que nadie pueda dudar que no la solicita para su juguete.

Continuamente parecíame que alguien me llamaba en la escalera... Y además, ¡una fiebre, una sed! Nadie hubiera sido capaz de hacer que yo bajara... ¡Me daba tanto miedo el difunto! Sin embargo, hacia el alba me animé un poco. Llevé a mi compañero a su cama, le eché la sábana encima, recé algunas oraciones y en seguida fui a hacer señales de alarma.

En fin, un día dejó de visitarme; así pasó una semana, un mes, y nadie sabía darme razón de ella. Comprendí que había acabado toda dicha para y que en vano esperaría a mi madre. He aquí lo que había pasado: »Las esperanzas de mi padre se habían realizado. Actos del mayor heroísmo habían hecho que sus generales se fijasen en él y acababa de ser promovido al grado de jefe de división

Después de una ausencia de muchos años, durante los cuales nadie ha logrado traerte al buen camino, ahora vuelves a España sin más objeto que hostigarme con pretensiones absurdas a que mi dignidad no me permite acceder. Harto he hecho por , y ahora mismo, cuando me has manifestado tu situación, te he propuesto un medio decoroso de remediarla. ¿Qué más puedo hacer?

El desorden, la gritería, la obscuridad que comenzaba, daban á la escena un aspecto que no es fácil describir: nadie pensaba más que en su interés, en tanto llegaba el momento de pensar sólo en la persona. D. Álvaro de Sande dió acicate á los de la guarnición del fuerte para entrar más municiones y víveres por un lado, y para embarcar enfermos por el otro.

Bastaba que Su Excelencia se apartase a leer en un rincón de la cubierta, para que al momento este rincón quedase aislado con atadijos de maromas, y junto a ellas un marinero de guardia con la consigna de que nadie viniese a turbar un estudio del que dependía tal vez la suerte de varios pueblos. Y lo que leía Su Excelencia era una novela de folletín.

Si le preguntaba por la señora, estaba dispuesta a mentir, a decir que había subido al segundo piso, a los desvanes, donde quiera, a tal o cual tarea doméstica; iba preparada a ocultar la visita del Magistral sin que nadie se lo hubiera mandado; pero creía llegado el caso de adelantarse a los deseos del ama y de su amigo don Fermín. «¿No le habían hecho llevar cartas sin necesidad de que lo supiera don Víctor? ¿Pues qué necesidad había de que supiera que llevaban más de una hora de palique en el cenador, y a obscuras?».

Su intento es mostrar las falacias, y sofismas que usan los hombres para volver odioso á su contrario, para que siendo mirado con odio, nadie reciba su doctrina.