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Samuel Johnson dice que Pope escribió su oda a La Soledad a los doce años, y sus Pastorales a los dieciséis: de los veinticinco a los treinta, tradujo la Ilíada. El infeliz Chatterton logró engañar con una maravillosa falsificación literaria a los eruditos más famosos de su tiempo: rebosan genio la oda de Chatterton a la Libertad y su Canto del Bardo.

Porque yo me figuro, pongo por caso, que había de haber un sin número de cantos o narraciones populares sobre la guerra de Troya, y que sin duda algún sabio discreto desechó lo más y escogió lo menos y más hermoso, y, enlazándolo entre con artificio y orden, compuso los maravillosos poemas de la Ilíada y de la Odisea.

En la Ilíada están juntos siempre los dioses y los hombres, como padres e hijos.

En la Ilíada no se cuenta toda la guerra de treinta años de Grecia contra Ilión, que era como le decían entonces a Troya; sino lo que pasó en la guerra cuando los griegos estaban todavía en la llanura asaltando a la ciudad amurallada, y se pelearon por celos los dos griegos famosos, Agamenón y Aquiles.

Pero lo hermoso de la Ilíada es aquella manera con que pinta el mundo, como si lo viera el hombre por primera vez, y corriese de un lado para otro llorando de amor, con los brazos levantados, preguntándole al cielo quién puede tanto, y dónde está el creador, y cómo compuso y mantuvo tantas maravillas.

Y otra hermosura de la Ilíada es el modo de decir las cosas, sin esas palabras fanfarronas que los poetas usan porque les suenan bien; sino con palabras muy pocas y fuertes, como cuando Júpiter consintió en que los griegos perdieran algunas batallas, hasta que se arrepintiesen de la ofensa que le habían hecho a Aquiles, y «cuando dijo que , tembló el Olimpo». No busca Homero las comparaciones en las cosas que no se ven, sino en las que se ven: de modo que lo que él cuenta no se olvida, porque es como si se lo hubiera tenido delante de los ojos.

Miró Isidro la multitud que bailaba abajo en la explanada de popa, y añadió: Nosotros mismos vamos adonde vamos porque los apóstoles de la nueva religión nos han abierto un camino y nos empujan por él sin que nos demos cuenta... Usted que es poeta, acuérdese, Ojeda, de lo que dio la vieja España a estos países americanos... Les dio el conquistador un héroe grande como los de la Ilíada, un superhombre, que en menos de un siglo exploró medio globo, labrando su vivienda en las alturas andinas a cuatro mil metros, junto a los nidos de los cóndores, o en valles ecuatoriales que son ollas de fuego.

Despues vino el Romancero, esa magnífica epopeya caballeresca, escrita por millares de autores, en el curso de varios siglos, y cuya unidad de accion y de lenguaje ha venido á demostrar prácticamente que la Iliada de Homero pudo haber sido compuesta del mismo modo por la agregacion sucesiva de los cantos de diversos autores y edades.

Junto á los trasatlánticos enormes balanceaban sus vergas las vetustas tartanas y algunos barcos griegos, pesados y de formas arcaicas, que hacían recordar las flotas descritas en la Ilíada. En sus muelles circulaban todos los hombres mediterráneos: helenos del continente y de las islas; levantinos de la costa de Asia; españoles, italianos, argelinos, marroquíes, egipcios.

Dignas de la epopeya son tales luchas, pero no se puede negar que son brutales y harto impropias de la civilizada y filantrópica edad en que vivimos. Bien están en la Iliada los juegos que celebra Aquiles en honor de Patroclo y la lucha del hijo de Panopes con el gentil Eurialo, a quien sus amigos retiran de la arena vencido, arrastrando el mísero los pies, y de la boca sangre arrojando turbia.