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El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y, quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpió el rostro, que le tenía cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le dijo: -Señor Quijana -que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante-, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte?

30 Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en . 31 Pero para que conozca el mundo que amo al Padre, y como el Padre me dio el mandamiento, así hago. Levantaos, vamos de aquí, 1 YO SOY la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.

La fortuna no debía ser acusada: él tenía la culpa, él, que había nacido para una vida obscura tal vez para ser un buen artesano, un buen labrador, y nada más.

Vivía en continuo contacto con su arma, la pieza más moderna de su casa, siempre limpia, brillante y acariciada con ese cariño de moro que el labrador valenciano siente por su escopeta. Teresa estaba tan triste como al morir el pequeñuelo.

"En recibiendo ésta, daréis a ese pobre labrador la mujer que le habéis quitado, sin réplica ninguna; y advertid que los buenos vasallos se conocen lejos de los reyes, y que los reyes nunca están lejos para castigar los malos. El Rey." Hombre, ¿qué has traído aquí? SANCHO. Señor, esa carta traigo Que me dió el Rey.

Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de don Diego, pintándonos en ellas lo que contiene una casa de un caballero labrador y rico; pero al traductor desta historia le pareció pasar estas y otras semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el propósito principal de la historia, la cual más tiene su fuerza en la verdad que en las frías digresiones.

¡Usted dice que los campos no están cultivados! continuó Isagani en otro tono, despues de una breve pausa; no entremos ahora á analizar el por qué, porque nos iríamos lejos; pero, usted, P. Fernandez, usted, profesor, usted, hombre de ciencia, usted quiere un pueblo de braceros, ¡de labradores! ¿Es para usted el labrador el estado perfecto á que puede llegar el hombre en su evolucion? ¿O es que quiere usted la ciencia para y el trabajo para los demás?

En toda estación estaba allí el despacho de D. Acisclo, donde este activo labrador y ganadero trataba con chalanes, corredores, rabadanes, aperadores, capataces y caseros: entendiéndose por caseros, no el terror de los inquilinos morosos, como en Madrid, sino los que cuidan y guardan las caserías o viviendas de cada finca rústica.

Cuando llegaba a ellos don Quijote, un labrador alzó la voz diciendo: -Alguno destos dos señores que aquí vienen, que no conocen las partes, dirá lo que se ha de hacer en nuestra apuesta. - diré, por cierto -respondió don Quijote-, con toda rectitud, si es que alcanzo a entenderla.

El labrador trabajaba para él, y si el campo tenía un amo, éste limitábase a cobrar el arrendamiento, procurando por la fuerza de la costumbre y por miedo al compañerismo de los pobres, no aumentar los antiguos precios. El recuerdo de los campos, siempre verdes, alegraba después de tantos años al viejo Zarandilla, pasando como una visión luminosa por sus ojos oscuros.