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En todo el mundo sería conocido por su mujer o por su amiga y no le llamarían Fulano ni Mengano, sino el de Mengana o el de Fulana. No floja contrariedad es esta, pero bien puedes sobreponerte a la contrariedad, dando razón de quién eres por virtud de tus altos hechos, a fin de que seas célebre y ensalzado como Morsamor y no meramente conocido y mencionado por amigo de donna Olimpia.

Sale aquel criado del servicio de palacio y entra al de alguno de los que llamó D. Fulano ó D. Mengano, y si este vive con otros ciento, que sean en posición oficial menos pasará á ser el castila, y los demás seguirán siendo D. Mengano ó D. Fulano. El mayor título de respeto que puede dar el indio es el llamarle á uno el castila, palabra que va aplicando en el escalafón de las categorías.

Pues un domingo que salí con él al Perejil, por si había mirado á Fulano y por si Mengano había dicho ¡ole!, llegamos á casa y, sin decir palabra, toma unas tijeras y tiene las malas tripas de hacerme rajas el vestido y los zapatos... ¡Ea! ¡otra vez desnuda!... Yo le digo: «Pero, hijo, ¿es que te gusto más en cueros?...»

¡Ya verá usted lo que le vamos a hacer! ¡Cómplice! ¡Fariseo ! ¡Judas Iscariote! ¡Porque me ve así no crea que soy lo que parezco; ahora mismo veré al ministro!... ¡No ha lugar y archívese!..., ¿y entretanto al señor Mengano y al señor Zutano les conceden?... ¡Es claro, todos son de una camada!... ¡Pero conmigo se han de ver las caras, no hay cuidado! ¡Yo no tengo pelos en la lengua, y se las he de cantar!

Si no hay cosa mejor que ganarse el pan honradamente, por sus cabales, con tesón, sin impaciencias ni desfallecimientos, que así se va lejos, y de golpe y porrazo no puede hacerse nada bueno. Quilito volvió a reírse. Mire usted, tía, no de otra manera se hacen fortunas en Buenos Aires; ahí tiene a fulano, a zutano y a mengano: ¿dónde se han hecho ricos? ¿detrás de un mostrador? No, en la Bolsa.

Su único anhelo es lograr que los periódicos de Europa le digan al mundo: «Mr. Tal y Mr. Cual han hecho el prodigio de pasar, sanos y salvos, del valle de Chamonix al Piamonte, por encima del Monte-Blanco.» O en último caso: «Mr. Tal y Mr. Cual han perecido tristemente en uno de los precipicios del Monte-Blanco; y sus compañeros Mr. Mengano y Mr.

Podían estar allí Fulano o Mengano, con los cuales, el buen papá, no quería compartir ni la atmósfera. El año anterior, don Mateo había tratado de resucitar el antiguo baile de Piñata, de imperecederos recuerdos para todo buen sarriense, que se celebraba en el primer domingo de cuaresma. Este año, el incansable viejo volvió a la carga con más ardor.

Y sin ir más lejos, citaba a la de Fulano y a la de Mengano, que se habían descolgado con una criatura después de años y años de esterilidad, en rigor aparente. «¡Oh, los misterios de la naturaleza!».

El mismo D. Bernardo, apesar de su no discutida infalibilidad, no se desdeñaba alguna vez de consultarle en asuntos de ceremonia; v. gr.: si había de visitar a D. Fulano o dejarle simplemente una tarjeta; si debía aceptar la invitación a comer de D. Mengano, etc., etc.

Un indio de pura raza que sirva, por ejemplo, en Malacañang, no encontrará otra palabra más gráfica para nombrar al general que la de el castila, todos los demás que lo rodean serán D. Fulano, D. Mengano, ó esto ó aquello, pero el general será siempre el castila.