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Reclinado contra la balaustrada del Thames, al lado de la compañera de mi vida, contemplábamos el cielo y el océano, pensábamos en la patria y confundíamos en un íntimo abrazo todo nuestro amor, nuestros recuerdos, nuestra esperanza y nuestra fe.... Cuando el hombre se abandona al océano, su alma comprende mejor el amor, la esperanza, el valor de la patria, la poesía, lo grande, lo sublime, porque siente que la sombra de Dios vaga sobre las ondas, en el azul del cielo y en todo el misterio de la inmensidad!

Allá, a lo lejos, en lo interior, columbrábanse las cimas de las montañas, bañadas de un transparente vapor violáceo. El pensamiento de Marta rompió la tupida nube que lo encerraba en un piélago de confusiones y vaguedades, y en su alma asomaron de golpe un sinnúmero de recuerdos dulces e inefables como otros tantos puntos luminosos de que estaba sembrado el cielo sereno de su vida.

Si quería ser digno de ella, ¿no debía seguir su ejemplo?... A veces cerraba los ojos e inclinaba la frente, invadido por los recuerdos de sus buenas enseñanzas, casi avergonzado de haberlas olvidado un momento. Otras veces se rebelaba: ¡la vida no puede ser enteramente de amor!

Y después, en otoño, cuando una ráfaga pasaba sobre el árbol, caía casi entre sus brazos una lluvia de manzanas doradas. ¡Era una delicia aquello! ¡Qué de pensamientos acuden a la mente cuando se silba de ese modo! Cada nota despierta una nueva canción, cada tonada resucita nuevos recuerdos.

Y Ojeda, al despertar de esta vertiginosa evocación de recuerdos que sólo había durado algunos segundos y abarcaba todo un período de su existencia, se vio caminando por el Salón del Prado, en una noche fría, al lado de una mujer que marchaba con desmayo, como si al término del paseo la esperase la muerte, evitando las palabras de él, evitando su mirada.

Así es que el haber encontrado en medio de aquellas montañas al hombre que realizaba el sueño de los poetas cristianos y al verdadero mitador de Jesús, me parecía una agradabilísima pero fugaz ilusión, hija de mi imaginación solitaria y entristecida por los recuerdos.

Fernando huyó, sufriendo la misma sensación que si acabase de recibir un golpe en la espalda... Dudaba de la realidad de los hechos y aun de su misma persona. ¿Estaría soñando?... ¿Serían invención suya los recuerdos de la noche anterior?... Vagó por el buque, de una cubierta a otra, hasta encontrar a Isidro en la terraza del café.

En aquella época me parecía que sólo había un lenguaje para fijar dignamente lo que tales recuerdos tenían de inexpresable, a mi entender. Hoy, cuando he hallado mi historia en los libros de otros, de los cuales algunos son inmortales, ¿qué diré?... Regresamos cuando ya brillaban las estrellas, al acompasado ruido de los remos, manejados, creo yo, por los bateleros de Elvira.

Se aproximó más a la cama; a los pies estaba amontonada ropa blanca, de que se había despojado Emma después de metida entre sábanas, según su costumbre. También ahora los recuerdos de los sentidos le hablaron a Bonis de tristezas, y tras rápida reflexión, se sintió alarmado.

En esto se habían internado ya bastante en la población, y al llegar a cierta calle, don Rosendo se despidió del tío y del sobrino. Dióle éste la mano con visible tristeza. Voy al teatro a buscar a la familia. Hasta mañana; que descanses, Gonzalo. Hasta mañana... Recuerdos. El señor de las Cuevas y su sobrino se emparejaron caminando lentamente la vuelta de la casa del primero.