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Lo demás, familia y amoríos, sólo servía para complicar la existencia y dar disgustos. ¡Ay, qué estocadas iba a soltar!... Sentíase con la fuerza de un gigante, era otro hombre: ni miedo ni peocupaciones. Hasta mostraba impaciencia por no ser aún la hora de ir a la plaza, muy al contrario de otras veces, en que iba retardando el temido momento.

Enseñábale este las preciosidades de esta casa de penitencia, quando se esparció la voz de que traía comision de hacer reformas. Al punto le diéron memoriales de cada una, que todos en sustancia venian á decir: Conservadnos á nosotros, y suprimid todos los demas.

Las miradas de las dos hermanas se posaban sobre ellos con visible enternecimiento; procuraban con ahínco que nadie fuese a interrumpirles; poco les faltaba para mandar a los demás que bajasen la voz a fin de que no les molestase el ruido.

¡Qué bilis tiene usted, tío! exclamaba Frasquito mientras los demás reían á carcajadas. ¡Casi !... Átale corto, prenda, porque si te descuidas es capaz de dejarte sin platos en la cocina... Y el viejo, á quien el vino ponía siempre provocativo, soltaba un chorro de gracias mortificantes. Los invitados se retorcían de risa.

Todo aquello, que había podido ser trágico, se había convertido en una aventura cómica, ridícula, y el remordimiento de lo grotesco empezó a pincharle el cerebro con botonazos de jaqueca.... Por fortuna don Víctor, según observó también De Pas, no estaba para atender a la vergüenza de los demás, pensaba en la suya; se había puesto también muy colorado.

Si iba al café, aun sacrificando sus apetitos al gusto de los demás parroquianos, por evitar escenas como la consabida del sorbete, notaba que los mozos le servían más tarde y peor que á todo el mundo; porque en el centro de la tolerancia y de la despreocupación se juzga y se respeta á los hombres en razón directa de la excelencia del corte y calidad de sus vestidos.

Preocupábale la indumentaria muy más de la cuenta, al decir de su mamá, que le miraba por esto con alguna ojeriza: no había sastre que le hiciese bien la ropa, ni planchadora que le diese gusto; con tal motivo, siempre que estrenaba un traje o unas botas o se ponía camisa limpia, armaba un jollín que se oía en toda la casa; verdad que estos eran los únicos momentos en que daba cuenta de y mostraba algún arranque, porque todo lo demás de este mundo parecía tenerle sin cuidado; pero de todos modos, era un posma que molestaba mucho; y lo que decía doña Martina con muchísima razón: Si este niño es tan impertinente ahora para la ropa, ¡qué hará cuando tenga veinte años!

Y por ahí continuó soltando a chorros sarcasmos e insultos, hasta que al fin la pobre Josefina rompió a llorar. Las demás criadas, menos malévolas, se veían, no obstante, lisonjeadas por aquella humillación. Al fin se pusieron de su parte, trataron de consolarla, mientras Concha, despiadada, más dura y más fría que el mármol, siguió persiguiéndola largo rato con rechifla sangrienta.

Que lugar tiene para fundar zelos, encarecer desesperaciones, consolarse con esperanças y pintar los demas afectos y accidentes, sin los cuales el amor no es de ninguna estima? Ni como se podra preciar un amante de firme y leal, si no passan algunos dias, meses y aun años, en que le haga prueva de su constancia?

Su contento era tal que parecía que le iba a dar una pataleta, y estaba tan inquieto, que a Jacinta le costó trabajo colgarle el tambor. Cogidos los palillos uno en cada mano, empezó a dar porrazos sobre el parche, corriendo por aquellos muladares, envidiado de los demás, y sin ocuparse de otra cosa que de meter toda la bulla posible. Jacinta y Rafaela subieron.