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La había recibido de Buenos Aires la semana anterior, á gusto de un sastre famoso, á quien encargó un vestuario completo igual á los que poseyesen los millonarios más elegantes de la ciudad. Detrás de este grupo avanzó un viejo alto, enjuto de carnes, con la nariz violácea y granujienta de los alcohólicos y una caja de cirugía bajo el brazo.

En 12 de Junio á Diego de Berrio, sastre, 5625 mrs. por la mitad del carro del Convite de Abrahan. Al mismo 12375 mrs. por la mitad de 66 ducados que con él se concertaron por dos carros el uno del rey Agabaro y el otro El Bautismo de San Juan. A Cristóbal de la Cruz, zapatero, 3612 mrs. por las danzas de las Ninfas y del Loco.

Entró en su vivienda, sacó un manojo de llaves, y señalando la escalera, dijo con formas respetuosas: «Pasen los señores. Verán lo que hay». Miquis, presentando a los que le acompañaban, no pudo reprimir sus instintos de malignidad zumbona, y habló así con afectada finura: «El Sr. D. José de Relimpio y Sastre, ¡consejero de Estado!». Don José se inclinó turbado, sin atreverse a contestar.

Probándose don Juan ropa en casa de su sastre, vio cierto día a una linda muchacha, de oficio chalequera, que iba a entregar.

Aquella noche, después de cenar, los dos viejecitos cayeron en la cuenta de que á Enrique Thomas, que ya pasaba de los dieciséis años, era necesario enseñarle un oficio. En una carrera no había que pensar; los pobres, como ellos, no deben poner el hito de sus ambiciones tan alto. Si fuese carpintero... dijo el padre: porque en París los carpinteros ganan mucho. Mejor sería ebanista. O sastre...

Cada hombre es el centro de un círculo infinito, como dijo Pascual. ¿Qué Pascual? preguntó el sastre. Como no sea Pascal sugirió el periodista.

Cuando se lee El monstruo de Barcelona, de Juan Hidalgo; El sastre rey, un criminal ó el encantador de Astracán, de Antonio Frumento; El horror de Argel ó el encantador Mahomet, de Juan Fernández Bustamante, se comprende hasta qué extremo inconcebible llegaron los extravíos y delirios de tales autores.

Hable usted, querido doctor; hay tanto placer como provecho en escuchar a un hombre como usted. Hace cinco años, señora, visitaba yo a la mujer de un sastre de la calle de Richelieu, una infeliz criatura abominablemente tísica. Su marido era un robusto alemán, sólido y sano como una manzana. Los dos se adoraban. En 1849 habían tenido un niño que no vivió.

CIPIÓN. Por menor daño tengo ése que el que hacen los que verdaderamente saben latín, de los cuales hay algunos tan imprudentes, que hablando con un zapatero o con un sastre arrojan latines como agua. BERGANZA. Deso podemos inferir que tanto peca el que dice latines delante de quien los ignora como el que los dice ignorándolos.

»DOCTOR. No fue entendida ni tuvo nombre señalado, causa de prohijarse muchos de donaire. »Digo pues, que estas de cuerpo se suelen acertar mas facilmente. Sastre conoci que entre diversas representaciones que compuso, duraron algunas quinze ó veinte dias. »ISIDRO. Esse fue el que llamaron de Toledo.