United States or Kyrgyzstan ? Vote for the TOP Country of the Week !


¿Qué se habla de D. Santos? preguntó un caballero muy corto y muy ancho, de faz mofletuda y violácea, acercándose al grupo. El conde y Amalia no supieron qué responder. Se decía que D. Santos tenía pensado llevarnos un día a su posesión de la Castañeda y darnos un banquete manifestó Manuel Antonio con desparpajo. No; no era eso repuso el hombre rechoncho con forzada sonrisa. tal.

Por entre los trigos corría un perro de caza del cual se divisaba solamente su cola, agitada con movimiento vertiginoso; alguna vez aparecía su cabecita de color canela. El sol moribundo, con resplandores rojizos, esparcía sus rayos oblicuos por las eras. El Guadarrama sin relieve alguno parecía una larga mancha violácea pintada con difumino sobre un fondo lechoso.

Envuelto en su abrigadora bata, calados los lentes o quevedos, afeitada y descañonada ya la barbilla violácea, bien peinadas y perfumadas con colonia las patillas de un gris de estopa, revolvía cartas, consultaba notas, hojeaba memorándums, ordenaba in mente lo que no tenía orden, hacía cálculos, esbozaba proyectos, trazaba planes.

Sólo entonces, fatigado de toda una noche de monótono trabajo periodístico, me era posible dedicarme á la labor creadora del novelista. Bajo la luz violácea del amanecer ó al resplandor juvenil de un sol recién nacido, fuí escribiendo los diez capítulos de mi novela. Nunca he trabajado con tanto cansancio físico y un entusiasmo tan reconcentrado y tenaz.

Y evocaba la tarde en que llegara a la ciudad murmurando los versos melancólicos de "Christine" y la iglesia de Nueva Pompeya flotó suspensa en la lejanía de la sombra violácea. Y nos pondremos de rodillas, Lucía, en esa iglesia. Lo he soñado. Preguntó a Julio si había estado alguna vez en Nueva Pompeya. , el año pasado. Después de una semana de lluvias, el Riachuelo se había desbordado.

Rafael se detuvo en la narración de sus proezas hípicas, viendo la sombra de una persona en el cuadro de la puerta, sobre el fondo de luz violácea del crepúsculo. ¡Ah! ¿eres ? dijo riendo. Pasa, Alcaparrón, no tengas miedo. Entró un mozo de escasa estatura, avanzando cautelosamente, de medio lado, como si temiera rozar la pared.

¡Ah! ¡aquel sayal sobre el dueño del mundo...! El sol se ocultó detrás de los cerros, y la ciudad tomó una coloración mustia y violácea, cual si fuera contemplada al través de transparente amatista. Algunas vidrieras que habían flameado un instante se apagaron. Ramiro dejose penetrar por el sagrado recogimiento, presintiendo un signo, una voz de lo alto.

La humilde iglesia lejana, flotando en la sombra violácea, parecía hacer a su alma una seña inmóvil. Adriana hubiese querido volar hacia ella, arrodillarse en la penumbra más vaga de su nave pequeña y llorar a solas, indefinidamente, bajo las luces encendidas en los cirios. Subieron a la habitación de la abuelita, en seguida de comer.

Algunas veces, la bestia, imitando al amo, detenía el paso y quedaba inmóvil, con las orejas desmayadas, como si dormitase, hasta que la despertaban un tirón de riendas y un juramento. La lluvia cesó al amanecer. Una luz violácea se filtró por entre las nubes, que pasaban bajas como si fuesen a rozar los tejados.

Eran dos buenos parroquianos, con la gorrilla caída sobre la frente, los ojos vidriosos y lagrimeantes, y la nariz violácea y húmeda; una yunta alegre, unida por el yugo fraternal del alcohol, que, mientras hubiese cafetines abiertos, declaraban, como el doctor Pangloss, que este mundo es el mejor de los mundos posibles.