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La humilde iglesia lejana, flotando en la sombra violácea, parecía hacer a su alma una seña inmóvil. Adriana hubiese querido volar hacia ella, arrodillarse en la penumbra más vaga de su nave pequeña y llorar a solas, indefinidamente, bajo las luces encendidas en los cirios. Subieron a la habitación de la abuelita, en seguida de comer.

Camucha está en la tarea muy seria de un bargueño. Quién sabe cuándo lo terminará, porque no permite que nadie la ayude. Ella se lo piensa regalar a abuelita, y la verdad que el bargueño haría juego con el armario y con la cómoda. Yo desde el lunes también comenzaré a ir". "11 de junio. "Hoy Adriana trajo violetas, que Zoraida puso encima del piano. Nos quedamos conversando, todos.

La mamá le contestaba: María porque efectivamente «María» fue el nombre de la abuelita. ¿Era muy buena? Muy buena. ¿Me traerá muchos juguetes? Muchos y muy lindos... ¿Y por qué no me los trae ya? Porque está muy lejos y porque eres una preguntona. Lita volvía a quedarse pensativa. La madre dejaba entonces el bordado, para mirarla...

Cuando iba a marcharse, una de ellas, acaso para todavía retenerla, se empeñó en que debía conocer a Julio Lagos. Le dejamos arriba, conversando con la abuelita, cuando viniste. En seguida encendieron las luces de la sala y le hicieron bajar. Julio Lagos le pareció un muchacho nada vulgar.

Se habían puesto a discutir con animación si la abuelita no habría interiormente correspondido al bisabuelo de Adriana. opinaba Carmen pero ha guardado el secreto, jamás lo ha confesado a nadie, ni a nosotras mismas lo diría nunca. Fue tal vez el único amor verdadero de su vida y un recuerdo que se llevará ella a la tumba.

Antes que te parta un rayo». Y al americano que viene, lo saluda con amabilidad de portera: «Bien venido sea usted a la casa de su abuelita si trae plata que gastar...». No me interesa esta tierra, que es como el rabo de un mundo que dejamos atrás. Deseo verme cuanto antes en el otro hemisferio, a ver cómo pinta por allá la suerte.

Laura siguió bajando. Pero cuando ya se dirigía a su habitación, donde hubiera sorprendido a las lectoras de su diario, oyó sonar el timbre de la puerta de calle. Entró Julio. No cambió la mirada de Laura. ¿Quiere subir ya? Algo enferma está hoy abuelita. ¿Por qué tantos días sin venir? Y su voz, arrastrando ligeramente las sílabas, tenía un dejo resignado, manso. Se sentaron.

Alcanzaron a escuchar la voz de Laura y Julio que conversaban muy cerca, en el vestíbulo. Ya irán a la pieza de abuelita. Quién sabe... dejemos esto. Es una mala acción. Aguardaron algunos minutos hasta que les oyeron subir llamados por Zoraida. Dejemos esto, suplicó Adriana casi trémula. Entonces he de leerlo sola. Debe ser todo una novela. Lee, Carmen. Empezaron: * "Septiembre 22 de 19...

En tanto Zoraida y Julio, dejando a la abuelita, habían bajado también y conversaban con tranquilidad en el vestíbulo. De pronto oyeron los sollozos de Adriana; iban a levantarse, sorprendidos, cuando ella cruzó corriendo, con el pañuelo en los ojos y desapareció como una sombra por la escalera, sin oír a Zoraida que asomándose por encima de la barandilla la llamaba desesperada, a gritos.

Mi abuelita, que vende hortalizas todas las mañanas en la rue Lepic. Yo estoy orgullosa de mis ascendientes, lo mismo que un nieto de los Cruzados. Risa general de las señoras, que poco á poco olvidaron á la vieja.