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¿Y aquel moreno... el de los quevedos? ¡Ah! ese... ese dicen que es de los que quieren perder las colonias y salvar los principios: hombre de línea recta, de geometría.... Según Palacios, que lo conoce, la ecuación entre la lógica y el absurdo: no en balde es ingeniero. Si para lograr sus ideales tuviese que desollarnos... ¡pobre pellejo! ¿Y si tuviese que desollarse a mismo?

¿Qué periódicos has leído? preguntó el papá calándose los quevedos, que sólo usaba para leer . Toma La

Desde lejos se veía en el palco una agrupación de cabezas, entre las cuales se destacaba la negra cabellera melodramática del disputador y sus quevedos de oro, y la barba nívea del Patriarca, resplandeciente al sol como la de Jehová en los cuadros bíblicos. Estaban Baltasar y Borrén apoyados en un lienzo de parapeto, de pie sobre un sillar de piedra, lo cual les permitía ver cuanto ocurriese.

«Pasa, rata» replicó Moreno, que se acababa de dar un baño y estaba sentado, escribiendo en su pupitre, con bata y gorro, clavados los lentes de oro en el caballete de la nariz. Buenos días dijo la santa entrando; él la miraba por encima de los quevedos . No vengo a molestarte... Pero ante todo. ¿Cómo estás hoy? ¿No se ha repetido el ahoguillo? Estoy bien. Anoche he dormido.

La esposa era una dama imponente, con triple mentón y quevedos de oro, que antes de acomodarse en la cubierta de paseo se hacía buscar por la doncella su asiento propio, una poltrona comprada en París, la única de a bordo que podía contener las amplitudes de su respetable maternidad.

Pues una dama que arrastraba vestidos de seda y terciopelo con vistosas pieles; una dama de cabellos rubios, que en bucles descendían sobre su alabastrino cuello. La tal solía gastar quevedos de oro, y á veces estaba sentada al piano tres días seguidos. Sabed cómo la conoció Pacorro y quién era aquélla celestial hermosura.

Pero un día en que nuestro funcionario descifraba, en compañía de su oficial mayor, los pergaminos de una noble y rica familia, rompiéronsele por la mitad las gafas, y cayeron sobre la mesa. Este pequeño accidente no le causó grandes molestias. Púsose provisionalmente unos quevedos con resorte de acero, e hizo cambiar el armazón de sus gafas en el muelle de los Plateros.

No abundan los Quevedos, hermano, y necesario era uno para que la buena doña Catalina dejase de ser coto cerrado, como fué necesario todo un duque de Osuna, con toda su audacia, para que la buena doña Juana de Velasco añadiese á su descendencia un bastardo.

Con un gracioso movimiento del cuerpo y un pase de la mano se arregla los pliegues de la saya, y con una mirada rápida y como descuidada ha visto á Isagani, ha saludado y ha sonreido. Doña Victorina baja á su vez, mira al través de sus quevedos, á Juanito Pelaez, sonrie y le saluda afablemente.

Envuelto en su abrigadora bata, calados los lentes o quevedos, afeitada y descañonada ya la barbilla violácea, bien peinadas y perfumadas con colonia las patillas de un gris de estopa, revolvía cartas, consultaba notas, hojeaba memorándums, ordenaba in mente lo que no tenía orden, hacía cálculos, esbozaba proyectos, trazaba planes.