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Muchas veces, en el Círculo Caballista señalaba a los amigos algún hombre malcarado que le aguardaba en la puerta. Ese es el Chivo decía con el orgullo de un príncipe que habla de sus grandes generales. Un hombre a quien le arrastran las borlas por el suelo. Entre tiros y cuchilladas tiene más de cincuenta cicatrices en el pellejo.

Almudena se opuso a que se fuese tan pronto; pero ella insistía en retirarse, con la firmeza que gastaba en toda ocasión: «¡Pues estaría bueno que me quedara yo aquí, puesta al sol y al aire como un pellejo en secadero de curtidores! Y dime, Almudenita: ¿me vas a mantener aquí? ¿Y a mi señora, quién le mantiene el pico?».

Pero como nadie le conocía y sólo sabíamos de él que era bajo y rechoncho y manejaba la pica como un ariete, es de temer que la excomunión no le haya alcanzado, ó lo que es peor, que haya recaído sobre algún otro maldito tudesco de los muchos que dejan su tierra para dejar después el pellejo en Francia.

Así se arruga el pellejo de las frutas. Las cimas que surgen directamente del suelo y suben de una manera gradual, desde el nivel del Océano hasta las alturas heladas de la atmósfera, son las montañas de lavas y cenizas volcánicas. En más de un sitio de la superficie terrestre se las puede estudiar con comodidad, alzándose, aumentando á la simple vista.

Si un deudor se niega á pagar una deuda reconocida, paga por la primera falta el doble, por la segunda el triple y por la tercera queda hecho esclavo ó paga con su pellejo.

Andrés habló de un perro de caza muy hermoso que le habían robado en Madrid. A Rosa le gustaban mucho los perros, pero no los quería en casa porque su padre, cuando eran viejos y no servían, los colgaba de una cuerda y los mataba a palos. ¿Y por qué los mata de ese modo? preguntaba Andrés. Para aprovechar el pellejo: todos hacen lo mismo respondió ella. ¡Qué corazón tienen los hombres!

Todo esto, y otro tanto más que de ello se sigue por ley forzosa, al fin y a la postre resultaba caro y producía hondos desgastes, si no del pellejo, cuando menos de la sensibilidad moral, aun tratándose de un mozo como yo, que en ningún cuadro aspiró a ser figura de primer término, ni a levantar media pulgada sobre la talla común de la masa de espectadores; y esto, no por virtud, sino por exigencias de mi temperamento.

La muerte era probable, la enfermedad segura, los dolores terribles, insoportables..., matemáticos; por bien que librara, los dolores tenían que venir. ¡No! ¡No! ¡Jamás! ¿Para qué? ¡Otra vez la cama, otra vez el cuerpo flaco, el color pálido, la calavera estallando debajo del pellejo amarillento; la debilidad, los nervios, la bilis..., y el tremendo abandono de los demás, de Bonis, del tío, de Minghetti! ¡Oh, !

Contábase con terror en el pueblo, que había ahogado a un marinero por pasarlo tres veces debajo de la quilla, según prescribía la ordenanza para ciertas faltas; y a más de ciento había derrengado a palos o les había levantado el pellejo con el chicote.

Son los Penitentes, dijo; unos frailes que á cada paso encontrábamos en Francia y muy numerosos en Italia y Bohemia, pero apenas conocidos todavía en Inglaterra, donde ciertamente no esperaba yo verlos. Aun los pocos que aquí hay son todos extranjeros, según me han dicho. ¡En avant! Pongámonos al habla con esos reverendos que en tan poco estiman su pellejo.