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Hace parte del gran palacio de Luis XIV y es cuadrilonga. El presidente estaba enfrente de la tribuna diplomática, en un pupitre elevado, teniendo a la misma altura, pero a su espalda, de un lado a varios escribientes, de otro a varios ordenanzas. Una escalera conducía a su asiento. Más abajo, la celebrada tribuna parlamentaria, a la que se sube por dos escaleras laterales.

A estas palabras, dichas con seriedad que más bien parecía broma, contestole Guillermina sentándose junto al pupitre, apoyando un codo en él, y mirando frente a frente al sobrino, cuya barba acarició con sus dedos, entre los cuales tenía enredado aún el rosario. «Todo eso lo dices por buscarme la lengua. Eres muy pillincito. Por de pronto vengan esos maderos que no te sirven para nada».

En cuanto á mueblaje y utensilios, hay una estufa con un tubo ó cañón voluminoso; un viejo pupitre de pino con un taburete de tres pies; dos ó tres sillas con asientos de madera, excesivamente decrépitas y no muy seguras; y para no olvidar la Biblioteca unos treinta ó cuarenta volúmenes de las Sesiones del Congreso de los Estados Unidos y un ponderoso Digesto de las Leyes de Aduana, todo esparcido en algunos entrepaños.

Tan sólo Paco Luján, inclinado sobre su pupitre, aunque sin ocuparse mucho del libro que tenía delante, limitábase a seguir a veces con la vista el vuelo de las palomas mensajeras, sonriendo benévolamente, pero sin tomar parte en el clandestino entretenimiento.

Es una de esas cabezas de mujeres meditativas y perversas en que el artista ha sabido poner toda el alma femenina contemporánea. Frente al pupitre, en sencillo marco de caoba, está una fotografía del autorretrato del Greco.

Del cerebro del hombre descendía al pupitre una invisible corriente de cálculos que al tocar el papel se condensaba en números, como al influjo de la helada la humedad de la atmósfera cristaliza sobre el suelo. Melchor se levantó un momento para recibir a Isidora, enterarse de lo ocurrido y ofrecerle su casa.

La señora Morfeo alimentaba la viva esperanza de que aún hallaría a la niña ahogada en una zanja, o lo que casi era tan terrible, cubierta de lodo, manchada y sin esperanza de que por medio de jabón y agua volviera a su primitivo estado. El maestro volvió a la escuela con el corazón contristado. Al encender su lámpara y sentarse en el pupitre, encontró ante una esquela, a él dirigida.

Y, sin ánimo de lisonja alguna, no hay muchacho viviente más dócil y cariñoso, ni mejor que él. Y... a pesar de lo poco que soy para decirlo, no existe maestra más paciente, más bondadosa, más angelical que la que él ha tenido la feliz estrella de encontrar. Doña María, sentada muy peripuesta detrás de su pupitre, con una regla al hombro, abrió a esto sus ojos grises, pero guardó silencio.

Se arrastraba doliente en los medios imitando los gemidos burlescos del muchacho herido, y saltaba de súbito pregonando el placer, el baile, la embriaguez y el olvido de penas y trabajos. Abriendo el pupitre de un escritorio de ébano, la marquesa revolvía papeles, cartas, objetos diversos.

Y con un gemido de Mac Sangley, estallaron murmullos de asombro en la clase y un aullido desde las ventanas, cuando Melisa descargó su sonrosado puño sobre el pupitre con esta revolucionaria manifestación: ¡Es una maldita impostura! ¡No lo creo! La larga estación de las lluvias tocaba ya a su término.