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Por fin, se incorporó; y la empapada cabellera estirose fuera del agua, rígida, pesada, rumorosa, al modo de las algas, cuando la ola desciende.

Su larga cabellera ya no le pareció bastante para ocultar su desnudez, como en los tiempos en que no había escuchado aún á la maligna serpiente.

Compradlo de lo mejor decía el padrino, que cargaba con todo el gasto . Que no os duela; que sea de nipis, de lo más rico; la Teodora entiende de estas cosas. Al día siguiente, la novia se presentaba hecha una beldad, en enaguas y chambra, la banda de raso rojo cruzándole el pecho, la cabellera suelta, y una corona de flores de trapo, alta como un morrión.

¡Qué hermosas son esas cabezas de náyade con la cabellera coronada de hojas y flores que los artistas helénicos han burilado en sus medallas y esas estatuas de ninfas que han elevado sobre las columnatas y los templos! ¡Cuán encantadoras son esas imágenes ligeras y vaporosas que Goujon ha sabido, no obstante, fijar para los siglos en el mármol de sus fuentes!

Llevaba la dura cabellera dividida en numerosas trenzas, cada una con un lacito en la punta, y procuraba taparse con la enorme redondez de sus brazos una parte del pecho cobrizo, no menos exuberante, puesto al descubierto por el desabrochado corpiño.

Pero como Doroteo obtuvo rápidamente sus primeros ascensos, pronto se elevó sobre la muchedumbre de «soldaderas» de tez amarillenta, cabellera aceitosa y ojos ardientes, asombrosamente flacas. Fué la capitana Martínez, luego la comandanta, y ya no tuvo que avanzar al trote junto á los jinetes, llevando sobre su cabeza el colchoncillo y las ropas que constituían el ajuar andante del matrimonio.

Una mañana su cabellera ostentaba el rojo ardiente del mediodía; á la mañana siguiente tenía el oro suave de la aurora; dos días después sus cabellos mostraban la negrura profunda de la noche. Ciertas tardes venía al encuentro de Adán con una falda voluminosa, casi esférica desde el talle á los pies, y tan ancha, que le era difícil pasar la puerta.

Angustias se arrojó a los pies de don Guillén. Se abrazaba con ellos, escorzando, el cuello dúctil y albo; se los regaba de lágrimas; se los enjutaba con la cabellera copiosa y cobriza. Y se reprodujo la imagen emotiva que con línea ingenua y tintas translúcidas bosquejaron los santos melodas del Breviario.

El recuerdo de Elena suele inquietarme frecuentemente, y la veo, en la transparencia de la evocación, con el hechizo de sus ojos garzos y de su cabellera magdalénica. Y en el ritornello de la vida pasada surge un episodio canallesco: la memoria punzante y angustiosa de una noche en que uno de estos pintorescos rufianes madrileños golpeó brutalmente el pecho hundido y flácido de la desventurada.

¿Volveré a contemplar sus adoradas facciones, aquel pálido rostro y la hermosa cabellera rubia? No lo ; sobre esto nada, me dice el hado, nada los presentimientos. No lo .