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Por los años de 1752 recorría las calles de Lima un buhonero o mercachifle, hombre de mediana talla, grueso, de manos y facciones toscas, pelo rubio, color casi alabastrino y que representaba muy poco más de veinte años.

Más su túnica de nieve ha rasgado el negro aullido de los vientos, y debajo de los santos, ideales sentimientos, son los odios un grabado, la ambición es un relieve. Aquel nido, que era un beso en el vivir de los hermanos corazones, es escarnio de la que se deben las naciones; y por eso ha volado la paloma de plumaje alabastrino, ahuyentada por la mano poderosa del destino.

Ingeniosa y lista, descosió dobladillos y lorzas hasta que la tela rozó completamente el borde de los zapatos. Luego, unas maniobras semejantes hicieron al corpiño extender sus delanteros sobre el seno túrgido de la niña. La manga, menos dócil, dejaba ver el antebrazo alabastrino. Se miró al espejo, y asombrada de misma, se ruborizó.

Y ha volado la paloma de plumaje alabastrino ahuyentada por la mano poderosa del destino. De su nido de ideales sólo queda el esqueleto, ¡Seculares ambiciones! Aquel nido que cubierto de olorosas ilusiones orgulloso se mecía de la historia en los anales.

Pero sigue su camino, porque en ellos aun se escucha el estruendo de la lucha, y aun la empuja aquella mano poderosa del destino. Ya ha pasado por encima de la típica montaña de los místicos del norte, y ha llegado hasta la corte, y en el suelo de la España se ha posado la paloma de plumaje alabastrino subyugada por un alma que es más fuerte que el destino.

»Mirando desde allí hacia el piso principal de enfrente, se distinguía en primer término una mano; después un brazo, el cual estaba adherido á un admirable busto alabastrino, que sustentaba la cabeza de la joven, singularmente hermosa ¿Me atreveré á describirla? ¿Me atreveré á decir que era una de las damas más bellas, de más alto origen, de más distinguido trato que ha dado á la sociedad esta raza humana, tan fecunda en duquesas y marquesas?

Pues una dama que arrastraba vestidos de seda y terciopelo con vistosas pieles; una dama de cabellos rubios, que en bucles descendían sobre su alabastrino cuello. La tal solía gastar quevedos de oro, y á veces estaba sentada al piano tres días seguidos. Sabed cómo la conoció Pacorro y quién era aquélla celestial hermosura.

Don Quijote que enloquece acariciando una ilusión. ¡Corazón, fiel corazón. del gran Rey Alfonso Trece! .................................................. Y ha vivido la paloma de plumaje alabastrino en el fondo de ese pecho que es más fuerte que el destino. Ha cesado la matanza, han callado los cañones, y la voz de las naciones la reclama una vez más con promesas de bonanza. La paloma no se mueve.