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La melena blanca, corta y, desigual, agitábase erizada, sacudida por el viento; lucía un corpiño de color de ala de mosca, prendido con alfileres, y en la falda, mezquina y desgarrada, un landre voluminoso lleno de llaves de alacenas, cofres y arcas.... Iba cantando, en voz de falsete, plañídera y, tenaz, una extraña canción hecha con refranes y majaderías.

Cristeta tenía que salir con el pelo suelto, corpiño liso, muy escotado, de raso azul eléctrico, zapatos de lo mismo, nada en los brazos y en las piernas mallas hasta la cintura; es decir, desnuda: porque aunque de sus carnes sólo habrían de verse el escote y brazos, todas las líneas y prominencias del cuerpo quedaban de manifiesto.

Sólo llevaba, entre el ligero vestido de percal y sobre la camisa y enaguas blancas un justillo o corpiño sin hierros ni ballenas, cosa que bastaba a ceñir la estrecha y virginal cintura, dejando Ubre lo demás que, derecho y firme, no había menester de sostén ni apoyo.

Ingeniosa y lista, descosió dobladillos y lorzas hasta que la tela rozó completamente el borde de los zapatos. Luego, unas maniobras semejantes hicieron al corpiño extender sus delanteros sobre el seno túrgido de la niña. La manga, menos dócil, dejaba ver el antebrazo alabastrino. Se miró al espejo, y asombrada de misma, se ruborizó.

A pesar de que el día era de trabajo, se llenó el templo de lo mejorcito de los barrios inmediatos: gruesas mujeres de ojos negros y cuello corto, con el corpiño y la falda hinchados por abultadas curvas, vistiendo trajes negros de seda y con mantillas de blonda sobre el rostro pálido; menestrales recién afeitados, con terno nuevo, sombrero redondo y gran cadena de oro en el chaleco.

En los brazos desnudos, casi junto al hombro, tenía la dama brazaletes de oro de prolija y costosa labor; sobre el pecho y en las orejas, collar y zarcillos de esmeraldas; y sendas ajorcas, por el estilo de los brazaletes, en las gargantas de sus pequeños pies, calzados por coturnos de seda roja. Lazos de idéntica seda adornaban la falda y el corpiño y ceñían el airoso talle.

Viérasla aquí, entre chotos y novillos, Arar, sembrar, coger..... ¡siempre á la espalda El cuévano cargado de chiquillos!..... Ó, bailando en los campos de esmeralda, Los domingos y fiestas, la hallarías, Con las trenzas más largas que la falda, Recios los huesos, las miradas frías, Y rebosando del corpiño el pecho, Rica promesa de robustas crías.

No faltaban las zagalas de égloga, en trenzas y en corpiño, zagalas de Sotalvo, de Tornadizos, de Fontiveros, lavanderas o pastoras, que no habían logrado quitarse el olor de las lejías o el tufo de los chotos y cervatillos.

Llevaba la dura cabellera dividida en numerosas trenzas, cada una con un lacito en la punta, y procuraba taparse con la enorme redondez de sus brazos una parte del pecho cobrizo, no menos exuberante, puesto al descubierto por el desabrochado corpiño.

¿Qué estamos hablando aquí de marcas ó sellos infamantes, ya en el corpiño del traje, en las espaldas ó en la frente? gritó otra, la más fea así como la más implacable de aquellas que se habían constituído jueces por y ante . Esta mujer nos ha deshonrado á todas, y debe morir. ¿No hay acaso una ley para ello?