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Apoyábase en la moca o porra claveteada de clavos de plata, y con acento melancólico y prolongado, cantaba una copla del país, y contestábale desde enfrente una morenita vestida de ribereño, con su chaleco muy guarnecido de botones de filigrana y su faja recamada de pájaros y flores extravagantes, echando la firma, consistente en tres versos irregulares, improvisados siempre, con sujeción al asunto de la copla; al concluir la firma, salían del corro de espectadores varios ¡ju... jurujú! agudísimos.

Mira: ¡qué bonito salió el pantalón! La chaqueta y el chaleco no pueden ser mejores.... El sombrero.... Vamos, ¿qué dices del sombrero? Está decentito. lo quisieras galoneadote.... Ya lo comprarás así. Ahora toma.... Mi manga de hule.... Las gentes de campo la necesitan mucho. Este joronguito es para que te lo pongas cuando haga frío.... Es fino, de muy buena clase. ¿Te gusta?

No explicaba muy satisfactoriamente el sobrino su impensada venida: pch... ganas de espilirse.... Cansa estar siempre solo.... Gusta la variación.... No insistió el tío, pensando para su chaleco: «Ya Julián me lo contará todo».

La Regenta vio enfrente de a don Álvaro, del brazo de Quintanar, su inseparable amigo. El frac, la corbata, la pechera, el chaleco, el pantalón, el clac de Mesía, no se parecían a las prendas análogas de los demás. Ana vio esto sin querer, sin pensar apenas en ello, pero fue lo primero que vio.

Pero sois cinco contra él, y él es un pobre señor indefenso. Eso mismo decía yo exclamó Calleja, con la misma risa de borracho. Poz que diga ¡viva el Rey constitucional! Lo dirá cuando se vea libre de vosotros. Yo respondo de que es un buen liberal y hombre de bien. ¡Si es un servilón! exclamó Chaleco. ¿Y qué queréis hacer con él? preguntó el militar.

Ahora dijo Isidora con resolución alargando la mano hacia el chaleco del buen hombre , venga el reloj... ¿El mío?... ¿Y la cadena? Todo». Algo se desconcertó el viejo al verse privado del uso de aquella prenda, no de mucha valía, que Isidora le había regalado el 19 de marzo del año anterior.

En efecto, el pequeño cortaplumas, de que la costurera se había valido para asesinar a su pérfido amante, atravesó la chaqueta, el chaleco, la camisa y la camiseta. En cuanto a la carne aborrecida del seductor, había quedado enteramente incólume. No poco se alegró éste de volver al gremio de los seres vivos.

Después pasó el griego, seguido de dos admiradores, sudoroso, con la pechera arrugada y el chaleco subido, dejando ver la camisa entre sus picos y la cintura del pantalón. Levantaba los hombros con desprecio. El mundo estaba trastornado: ya no había lógica. ¡Por eso las cosas de la guerra marchaban tan mal!... Y se alejó hacia el pasaje subterráneo, para volver al Hotel de París.

Sus abuelos habían sido piratas en el Archipiélago, y él, viendo cortada esta carrera heroica, hizo el contrabando en su juventud. Spadoni, algo intimidado por la majestad del grande hombre, balbuceaba excusas con los ojos fijos en su pechera brillante ornada de perlas y en el chaleco de seda gris que cubría su recio vientre.

No puso él la moneda en el bolsillo de su chaleco, donde la habría descubierto Nicanora, sino en la cintura, muy bien escondida en una faja que usaba pegada a la carne para abrigarse la boca del estómago. Porque conviene fijar bien las cosas... aquel duro, dado aparte, lejos de las miradas famélicas del resto de la familia, era exclusivamente para él.