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Bajó la voz, hizo una seña que significaba sigilo; todos los del corro se acercaron a él, y con la mano puesta al lado de la boca, como una mampara, dejando caer la silla en que estaba a caballo, hasta apoyar el respaldo en la mesa, dijo: Me lo ha contado Paquito Vegallana; el Arcipreste, el célebre don Cayetano, ha rogado a Anita que cambie de confesor, porque....

Tanto, que cuando el acompañante desconocido del tenedor se arrojó sobre de improviso y me sujetó la mano con que empuñaba el revólver, un hombre del pueblo le sujetó a la vez, diciendo: ¡Aquí no se hacen canalladas! Deje usted que vengan los guardias. Y hubo un murmullo de aprobación en el corro. Gloria se había desprendido de las manos de don Manuel y había corrido a ponerse a mi lado.

Hay que esperar en un salón; vendrá a buscarte la madrina y otras damas, se te anunciará y al entrar harás tres reverencias... una así... otra así... y por último otra así. La jovencita rubia, puesta en pie y en medio del corro, hacía las genuflexiones con tal unción, delicadeza y primor, que parecía que en su vida había hecho otra cosa.

La voz dulce de tu madre, hablándote en espíritu, te confortará, te ligará con lazos de piedad y amor a esta santa casa. Es el canto de los niños jugando al corro. Entre esas voces tiernas suena la de mi madre llamándome a su sepulcro. PANTOJA. Estás alucinada. Es el coro de ángeles divinos.

Otras veces eran señoritos de Buenos Aires, que pedían alojamiento en la estancia, diciendo que iban de paso. Don Madariaga gruñía: ¡Otro hijo de tal que viene en busca de los pesos del gallego! Si no se va pronto, lo... corro á patadas. Pero el pretendiente no tardaba en irse, intimidado por la mudez hostil del patrón.

La graciosa morenita hizo un gesto desdeñoso y se volvió hacia su amiga sin dignarse responder. ¿Qué dice esa bruja? le preguntó aquélla. Que nos parecemos en la historia. ¿Y por qué dice eso? ¡Qué yo! replicó con enfado Flora. El corro de mujerucas, mientras tanto, reía.

«¡Chitón! ¡silenciogritaban desde dentro los del tresillo; y don Pompeyo bajaba la voz, y el corro se alejaba de los tresillistas, lleno de respeto, obedientes todos, convencidos de que aquello del juego era cosa mucho más seria que las teologías de don Pompeyo, más práctica, más respetable.

Yo corro más y más, y la nube, vencida del cansancio, comienza a vacilar en los cielos, dobla su altiva cresta y busca apoyo sobre una roca. Cuando volví la cabeza, un horizonte entero nos separaba; pero sin embargo divisé la nube, y sobre su faz leí lo que pasaba en su corazón.

Al oir el estupendo desenlace de tan extraña aventura, cuantos había en el corro prorrumpieron en una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la peregrina historia, que era el único que permanecía callado y en una grave actitud: ¡Acabáramos de una vez!

Faroles de papel recortado brillaban por todas partes entre la obscuridad; la juventud tomaba puesto, y en seguida, a un redoble de los tamboriles, comenzó alrededor de las llamas un corro desenfrenado, estrepitoso, que no había de cesar en toda la noche. Después de cenar, sumamente rendidos de cansancio para correr de nuevo, subimos a la alcoba de Mistral.